Cerramos el año 2014 con un México que ha estado caracterizado por la polarización y el escándalo político. En el primer semestre del año, los nacionalismos se exacerbaron, los neoliberales se radicalizaron y los oportunistas se dedicaron a cosechar: la percepción se volvió la moneda de cambio que buscaron los principales actores políticos para atraer afectos y
deleznar a sus adversarios, teniendo como principal blanco de ataques a un gobierno que se esmeró por mostrar una imagen internacional de evolución y desarrollo del país, al tiempo que dejó de lado los grandes problemas de seguridad, justicia y reivindicación social.
Nadie –ni esos que se dicen salvadores del “pueblo bueno”– se preocupó de las condiciones de indignante pobreza y laceración que viven a diario millones de mexicanos, pues estos problemas sólo son útiles para la arenga y el discurso fácil, pero son de difícil atención y solución.
Las fuerzas políticas opositoras –PAN, PRD y el recién formado MORENA– se dedicaron a atacar al gobierno, mientras el partido del Presidente –el PRI– se dedicó a defenderlo a ultranza, sin mesura en su zalamerismo y con exceso de soberbia aplaudían y justificaban cada una de sus acciones; al tiempo que en el sigilo y privacidad de oficinas, restaurantes y pasillos, se realizaban cualquier cantidad de negociaciones en las que ideas, principios y fundamentos, eran sometidos a la conveniencia y el pragmatismo inescrupuloso.
Mientras esto ocurría, en el plano de lo terrenal y lo vivencial, comunidades enteras son azoladas por el crimen organizado. Grupos de presunto activismo político sirvieron de pantallas para ocultar el sometimiento de la población hacia los intereses funestos de quienes, como forma de vida, atentan de forma reiterada y premeditada en contra de la sociedad, todo ello ante la mirada cínica y complaciente de una clase gobernante que se dedicó a buscar beneficios personales desmedidos, a costa de la función pública y de la tranquilidad de millones de familias que claman por seguridad y justicia.
De este modo, la vida política del país avanzó hasta que acontecieron dos sucesos que dejaron en descubierta la realidad social de México: los casos Tlatlaya y Ayotzinapa. El primero, una masacre perpetrada, presuntamente, por integrantes del Ejército mexicano que ajusticiaron a un grupo de delincuentes. El segundo, un secuestro y homicidio orquestados, presuntamente, desde las instancias gubernamentales en complicidad con el crimen organizado. Ambos vinculados innegablemente con la impunidad predominante del país, fruto del cinismo y la corrupción.
@AndresAguileraM