Cinco años y cuatro meses.

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Este lunes la Ciudad de México se vio presa, nuevamente, de protestas que exigen la aparición con vida de 42 de los 43 integrantes de la escuela normal de Ayotzinapa. Desde las diez horas de la mañana, hasta ya arribada la noche, marchas y consignas se apoderaron de las principales avenidas de la capital de la República, exigiendo justicia y certeza para los padres que han perdido a sus hijos.

La historia es muy comprable para una sociedad que idolatra a los mártires y que duda y sospecha del gobierno: “jóvenes ‘estudiantes’ privados de la libertad y de la vida a manos de las fuerzas armadas del gobierno, en colusión con los grupos delincuenciales, por expresar sus ideas políticas”. El dolor es moneda de cambio que compra la simpatía de la ciudadanía; las lágrimas y la solidaridad de la ciudadanía “de a pie”, la meta a alcanzar; la desestabilización de las instituciones del Estado, el inocultable objetivo.

Sin demeritar el dantesco suceso, pues no hay justificación alguna para un hecho tan deleznable, ciertamente es que este movimiento –que cuenta altos márgenes de legitimidad– inevitablemente será utilizado por los buitres de la política para hacerse de adeptos, principalmente partidos y personajes vinculados a la izquierda radical mexicana, siendo MORENA el más activo y visible en estas pretensiones, se han dado a la tarea de apropiarse de ese movimiento. Sin embargo, al parecer sus ambiciones fueron cortadas de tajo, pues ayer los manifestantes del colectivo pro-Ayotzinapa, incineraron la efigie del líder moral de ese partido, Andrés Manuel López Obrador, junto con la de su acérrimo adversario, el presidente Enrique Peña y junto con el procurador Jesús Murillo Karam.

Lo que hace cinco años inició como un conflicto de un grupo de radicales y delincuentes, hoy se ha tomado en un asunto de dimensiones internacionales con una gran simpatía entre la población. Son una fuerza política per se, con un ala innegablemente violenta y radical, que ha tomado altos vuelos y que, pareciera, apostarle a la desestabilidad gubernamental.

Cierto, cuenta con el apoyo popular mientras que el gobierno, en sus diversos órdenes, se ve disminuido en su aceptación social. Hoy el reto de las instituciones del Estado está en retomar la credibilidad, de lo contrario, corremos el riesgo de encontrarnos en la antesala de la anarquía y el desgobierno, lo que trae consigo mayor inestabilidad e incertidumbre para los mexicanos.

@AndresAguileraM