Según datos obtenidos por publicaciones especializadas en materia económica, en los últimos dos años, la transmisión del Súper Bowl ha promediado 15 puntos de rating entre televisión abierta y de paga, lo que se traduce en 12.9 millones de televidentes mexicanos.
De conformidad con estas publicaciones, las pautas publicitarias en nuestro país pueden generar un ingreso estimado de 92.4 millones de pesos para las televisoras por la señal abierta, lo que se calculó durante los partidos de final de conferencia que se transmitieron 148 comerciales, los cuales podrían tener un costo promedio de 300,000 pesos por 20 segundos de anuncio. Marcas como Bud Light, Ruffles, Visa y Iusacell pagaron, en promedio, 6.5 millones de pesos para tener presencia publicitaria en este evento.
El Instituto Nacional Electoral pagó por 15 espacios publicitarios en donde se difundieron, equitativamente, los anuncios institucionales de los partidos políticos nacionales, lo que implica el gasto de 4.5 millones de pesos a cargo del erario, gasto que se vuelve completamente inútil puesto que, hoy en día, nadie le cree a los partidos políticos.
Todos ofrecen ser una opción de gobierno mejor que la otra. Los de oposición afirman ser mejores que el actual gobierno; mientras que el partido en el gobierno hace algarabía de éxitos que están por venir, cual promesa de bienestar que se anuncia pero jamás llega.
La credibilidad de los partidos políticos –hoy más que nunca– se encuentra por los suelos y no es para menos. Desde la primera alternancia –dada en la elección del año 2000 a la fecha– la actuación gubernamental ha dejado mucho que desear. Los escándalos de corrupción y enriquecimiento de los gobernantes –indistintamente del origen partidario–, aunado con el estancamiento económico aparejado con el incremento a la pobreza en el país y la incesante impunidad, hacen que las promesas de bienestar se perciban como reiteradas bofetadas de cinismo para una sociedad harta de los abusos y la ineficiencia gubernamentales.
La forma de subsanar tantos años de desilusiones y engaños no es fácil. Se requiere, prácticamente, de un resurgimiento de una clase política que se identifique más con la sociedad, pero, sobre todo, que cumpla a cabalidad con lo que tiene que hacer: no tolerar más corrupción ni impunidad y –sobre todo– realizar acciones que generen bienestar general y mejoría para las condiciones de vida de todos los mexicanos.
@AndresAguileraM