En esta ocasión me permitiré comentarles algunas consideraciones que surgen, más por la inconformidad y la impotencia, que del raciocinio y el análisis político objetivo, pues hoy más que nunca lamento ser testigo de la descomposición de la política en mi país, donde la ineptitud, la incompetencia y la falta de talento y oficio político, son tónicas recurrentes sobre todo en momentos de crisis y de situaciones difíciles de sortear.
Este lunes –nuevamente– se da una muestra clara de la obstinación y la sinrazón del sistema político mexicano. Una de las criaturas favoritas de ese conjunto de intereses, mezquindades y mecanismos de presión, la CNTE, hace su aparición en la desorganización política característica de los últimos tiempos, justo antes de la jornada electoral en la que se renovarán la Cámara de Diputados, Municipios, Delegaciones, congresos locales y la Asamblea Legislativa de la Ciudad.
Llegaron a la capital con la intención de asentarse en el zócalo, instalar su campamento y dedicarse a desestabilizar y atizar la hoguera del descontento y el encono de la sociedad. No importa el color partidario, ni las ideologías, ni las propuestas o los medios de solución a la conflictiva social, lo trascendente es desestabilizar para obtener raja política de la desgracia social.
Ciertamente los escrúpulos no son característicos de los políticos, sin embargo, deben haber límites que permitan conservar, con cierta dignidad, esta actividad. Desgraciadamente hoy pareciera que no los hay. Los integrantes de la CNTE no miden las consecuencias de sus actos y desgraciadamente el gobierno no da muestras de actuar en consecuencia para evitar estos males. La CNTE afecta a la sociedad que dicen defender. Realiza plantones y dejan sin clases a millones de niños en pos de consignas y reivindicaciones que jamás se materializan. Eso sí, funcionan extraordinariamente para “presionar” a las autoridades y obtener beneficios –sobre todo económicos– a costa de la tranquilidad de millones de mexicanos. Todo ello en un círculo perverso que parece no tener fin y que es penosamente permitido por un gobierno timorato, carente de toda legitimidad e incapaz de hacer valer la ley a través del uso legítimo de la fuerza.
Mientras sigamos por esta ruta, las añoranzas de bienestar serán sólo sueños irrealizables que se tornan en banderas para continuar por la ruta de los altibajos políticos. Nadie podrá beneficiarse de esta inestabilidad, salvo quienes viven de la politiquería y se postran como mesías o mártires, expertos en capitalizar el odio y el resentimiento. Esos oportunistas sí que tendrán posibilidad de perpetuarse y lograr un bienestar para ellos y sus familias.