Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón, mejor conocido como “El Bronco” es un fenómeno político que ha causado gran revuelo en el país. Su imagen franca y directa ha encantado a muchos quienes se han mostrado apáticos con las formas tradicionales de hacer política en México. Sin
lugar a dudas “el Bronco” fue un gran candidato y ahora, los neoleoneses y un gran número de personas, que ven en los independientes una verdadera opción de cambio, esperan que sea un gran gobernador, cosa que solo el tiempo y su desempeño lo dirán.
Ciertamente “el Bronco” simboliza la animadversión que millones de mexicanos sienten hacia los partidos políticos tradicionales y que ven en las candidaturas independientes una opción para lograr el ansiado desarrollo. Si, la idea de dejar atrás a los muy desprestigiados partidos políticos suena muy agradable, sobre todo ahora que vivimos una jornada electoral plagada de guerra sucia y descalificaciones; sin embargo, la condición de los mal llamados “independientes” tampoco es la opción para un país que clama por una verdadera vida democrática.
La participación política de la población es verdaderamente triste. Un sector muy limitado de quienes vivimos en México estamos interesados en la cosa publica, en tanto que la mayoría no solo la ven con desprecio sino con apatía, pues consideran –quizá con algo de razón– que es algo muy ajeno a sus vidas.
En esta lógica, en un país donde existe tanta apatía por “lo-político” ha sido necesario encontrar mecanismos para obligar a la participación ciudadana. Mercadotecnia, básicamente, que –de alguna forma– haga atractiva la participación de las personas en las elecciones. Estas estrategias distan mucho de ser gratuitas. Por el contrario, son bastante onerosas. Lo que implica necesariamente que quien aspire a un cargo de elección popular requiere de una gran cantidad de dinero y pocos son los que lo tienen a manos llenas.
En esta lógica, quien aspire a ocupar un cargo de elección popular por la vía sin partido, habrá de requerir patrocinios para poder pagar los gastos de campaña. Estos patrocinios jamás serán dados por simple afecto, siempre buscan obtener beneficios para sí, lo que convierte al candidato en empleado de los llamados “poderes fácticos”.
Por ello consideró que, más allá de buscar empoderar a personas “sin partido” –que no independientes– es necesario obligar a la transformación de los partidos políticos que, para bien y para mal, son un filtro que contienen u ordenan a esos poderes fácticos y que, de alguna u otra forma, evitan que las instituciones del Estado se vuelvan –con mayor descaro– franquicias al servicio de unos cuantos, que ahora no compran al poder público, sino que imponen a sus gerentes en las oficinas de gobierno.
@AndresAguileraM