Las bondades de la pluralidad

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El Espíritu de las Leyes es la obra máxima de Montesquieu. En ella plasma un mecanismo, que si bien tiene fallas debido –principalmente– a la condición humana, ha permitido hacer más justo el ejercicio del poder político de los

países, pues se rompe con la tradición del gobierno unipersonal y monárquico, para abrir puerta al representativo y popular.
Desde su constitución como estado independiente, México ha adoptado el sistema republicano de gobierno, cuyo poder está dividido en tres ramas –ejecutiva, legislativa y judicial– que interactúan y generan equilibrios necesarios que permiten una gobernanza eficaz y que evitan, a través de los mecanismos legales establecidos, que la voluntad de uno se imponga sobre las de los demás.
Si bien es cierto que durante casi todo el siglo XX México vivió un régimen hegemónico, caracterizado por la presencia de un partido prácticamente único en la que la voluntad presidencial se manifestaba y se volvía ley, también lo es que la división de poderes subsistió como un dogma constitucional intocable; sus reglas, facultades y obligaciones se mantuvieron incólumes en el texto constitucional, aún y cuando el régimen político mostró a la sociedad lo contrario.
Hoy por hoy la división de poderes subsiste y permanece en nuestro régimen político y, con su materialización en la vida política del país, ha traído aparejada ciertos desencantos y desilusiones sobre las prácticas democráticas, pues los tiempos y resultados se vuelven de pronóstico reservado, cuando en otros tiempos las determinaciones presidenciales utilizaban a los cuerpos legislativos como meras oficinas de trámite.
Hoy la condición democrática en el país impide que una sola fuerza política tenga la mayoría necesaria para legislar por sí sola. El mandato popular obliga a que sus representantes se sienten, dialoguen y lleguen a acuerdos para sacar adelante aquellos proyectos y puntos en los que existan puntos coincidentes y que suelen ser los de mayor urgencia de resolución. Con ello, se dejan de lado tanto radicalismos y visiones políticas antagónicas, como tentaciones autoritarias y la imposición de visiones sectarias.
En esta lógica es en la que se desarrolla la vida política del país. Hoy los destinos de la nación distan mucho de ser aquellas imposiciones, muchas veces caprichosas, de lo que fueron proyectos unipersonales y megalómanos de nación, que mucho daño hicieron al país y que hoy, difícilmente, podrán volver a ser.
La pluralidad es una señal de normalidad democrática que se autorregula y que genera buenos resultados. Quizá jamás dejarán contentos a todos y cada uno de quienes formamos el estado mexicano pero, sin duda, habrá de generar los acuerdos más sólidos sobre los que se finque el edificio del desarrollo de México.
@AndresAguileraM