Lo insulso de comparar a los gobernantes con los héroes patrios

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Nuestra historia oficial reconoce al 15 de septiembre de 1810, como la fecha en que dio inicio la guerra de independencia de México. El ícono es un viejo cura, cuya imagen aduce a un criollo peninsular sujetado un estandarte con la imagen de la virgen de Guadalupe, llamando al pueblo a la insurgencia. Esa imagen es la que, como mexicanos, reconocemos como libertador y padre de la patria mexicana, quien junto con otros insurgentes como Abasolo, Allende, Aldama, Josefa Ortiz de Domínguez, Morelos, y otros más dieron los pasos para que México fuera una nación independiente.

Así México inició sus mitos; dejando de lado a quienes sus posturas políticas fueron contrarias al bando vencedor; aún y cuando –al igual que aquellos que los favorecidos por la visión de los vencidos– ofrendaron su vida para consolidar a nuestra joven nación. Se dejaron de lado claroscuros, incongruencias, personalidades y obras de quienes hoy veneramos, para exaltar sus virtudes, como si fueran cercanos a la perfección, alejados de la condición mundana y cercanos a ser considerados deidades.

Ante este panorama, comparar a nuestros héroes patrios con quienes tienen la responsabilidad de nuestros destinos nacionales, no sólo sería un ejercicio injusto sino que absolutamente inapropiado, ya que nadie puede cumplir los estándares de perfección que el mismo Estado ha creado. Para nosotros, los héroes patrios son personajes absolutamente perfectos. Pueden tratarse de emular, pero la realidad indica que es prácticamente imposible que alguien así exista, pues lo humano siempre predominará; las pasiones existirán, al igual que los defectos que nos caracterizan y nos distinguen del resto de los mundanos.

Por ello, aunque deseable, es prácticamente imposible que contemos con seres humanos que dediquen su vida a servir a los demás, sin que las pasiones, ideas y visiones, posiciones, complejos y experiencias impidan que pueda existir una calificación de perfección y acorde al pensamiento de todos y cada uno de los que formamos a México.

En esta lógica, comparar a quienes hemos venerado como dioses con quienes nos gobiernan hoy en día, genera una gran frustración y desilusión, pues están muy alejados de los estándares de perfección que –dicho sea de paso– la propia clase gobernante se ha impuesto. En ese sentido podemos entender que hoy, más que nunca, exista un gran nivel de desencanto para con lo gubernamental.

Por ello, es importante comprender que los símbolos patrios –como los héroes y heroínas– sirven para unificar y generar una conciencia y unicidad de ideas, pero no para que éstos sean los parámetros bajo los cuales debemos juzgar a nuestros gobernantes que deben ser evaluados por sus resultados, transparencia y cercanía con la gente a la que gobiernan.

@AndresAguileraM