Oclocracia es la perversión de la democracia, es su antítesis, su absoluta negación. El historiador griego Polibio precisó que la oclocracia se presenta como el peor de todos los sistemas políticos, el último estado de la degeneración del poder, en el que la muchedumbre –entendida ésta como la turba irracional, inspirada por intereses ajenos al bien público– manda y se impone, regularmente por la fuerza ilegítima, a las instancias e instituciones de gobierno.
La oclocracia –como perversión de la democracia– se manifiesta sobre todo en aquellos estados donde sus instituciones son endebles, carentes de toda legitimidad y empatía con la población; en donde la desconfianza hacia lo público y lo gubernamental predomina, sobre cualquier condición, incluso cuando éstas llegan a ser verdad.
Nuestro querido México es un país en el que sus instituciones están forjadas con sudor, esfuerzo y sangre de millones de hombres y mujeres que –incluso– ofrendaron su vida por dejar el estado de barbarie generado por la ambición desmedida de la clase política predominante y sentar las bases para ser un Estado moderno, donde el único mandato fuera la voz del pueblo traducida en leyes.
Varios han sido los momentos en los que ingobernabilidad –materialización de la oclocracia– se ha hecho presente en nuestra historia. La época de la guerra de independencia y la sociedad fluctuante, la intervención francesa y el segundo imperio, el ascenso al poder del General Porfirio Díaz y la posterior guerra de Revolución, fueron momentos en los que las instituciones gubernamentales cesaron sus funciones, muchas veces de facto, y se sujetó al arbitrio de la violencia y a la voluntad de caudillos que siempre tuvieron la intención de la perpetuidad.
Hoy el desencanto inunda la sociedad. Ciertamente nadie cree en las instituciones del gobierno. La desconfianza es mucha y no se ve que la tendencia cambie, pues se percibe que el poder público no responde a las necesidades y exigencias de la sociedad, y sólo sirve a los intereses de los más privilegiados; todo ello en un ambiente en el que la estridencia política hace estragos en cualquier intento de diálogo y entendimiento entre los partidos y actores políticos, mientras que los otros –oportunistas y encantadores de serpientes– buscan aprovechar esta situación y posicionarse como los nuevos “salvadores de la patria”.
Sí, el escenario es por demás desolador. Políticamente hablando –como sociedad– estamos en una condición muy compleja, pues la información que recibimos es tendenciosa y poco objetiva; sobre todo tratándose de temas que implican la actividad gubernamental, donde toda la información emanada no sólo es cuestionada, sino carente de toda credibilidad. Así estamos a nada de arribar a la lastimosa “tiranía de la muchedumbre”.
@AndresAguileraM