Desde que el ser humano existe, la lucha por el poder ha estado conformado por dos clases de personas: idealistas y los demás. El idealista basa su actuar en principios fundamentales como congruencia, firmeza de convicciones, autoridad
moral y honor, que –hoy en día– parecieran palabras que vienen de tiempos muy lejanos, donde el romanticismo de los ideales les daban tal sentido, que se llegaba a ofrendar la vida en su defensa. Para los idealistas, buscar el poder del gobierno era gesta de soñadores que se disfrazaban de políticos y emprendían cruzadas por llevar su voz a los órganos de decisión, en los que se definían acciones para mejorar la vida de los demás.
Sí, participar en política era el sueño de muchas personas que pretendían hacer algo por mejorar la vida de los demás, pero también es el medio que muchos encontraron para hacerse del poder coactivo del Estado y beneficiarse de él.
Siempre ha existido esta dualidad desde que la democracia es el mecanismo preponderante para la determinación de quienes dirigirán las instituciones gubernamentales, invariablemente son parte de la naturaleza humana y, esta condición, hace que la cosa política se vuelva un asunto apasionante y altamente adictivo.
Idealistas y no idealistas hoy ocupan las carteras públicas. Suponer que uno de los dos domina el espectro institucional no sólo sería ingenuo, sino absolutamente irreal. Sí –aunque usted no lo crea– así como hay quienes buscan el enriquecimiento, los beneficios y los placeres frívolos que brinda el poder, también hay quienes buscan y ocuparlos para llevar beneficios a sus comunidades, municipios, estados y al país en general, lo que en muchas ocasiones han logrado hacer una diferencia para miles de familias. Las pruebas están a la vista, el desarrollo del país es producto de muchas voluntades que se conjuntaron en torno a un ideal, todo ello pese a los detractores del gobierno y a los opositores al mismo.
En todas las fuerzas políticas –sin distingo– hay quienes coinciden en principios, ideas e ideales que fundamentan la existencia de sus instituciones. Desgraciadamente, hoy en día, es muy difícil identificar quienes son, pues parecieran que son más aquellos que envilecen la función pública.
Hago votos por que aquellos que están en las funciones por convicción, compromiso y principios, tengan el valor de aparecer pronto en escena pública, pues –creo– ya todos estamos cansados de ver tanta vileza en la cosa pública.
@AndresAguileraM