Los años pasan y el pragmatismo político voraz sigue haciendo presencia en la vida de México. Muestras claras se perciben cuando se palpa la inconsistencia ideológica tanto de políticos como de funcionarios públicos que deleznan la declaración de principios y el plan de acción que, supuestamente, debiera regir su actuar de gobierno.
En esta lógica podemos afirmar tajantes que las ideologías han pasado de moda. Los principios parecen ser sujetos a subasta: quien más votos y dinero aporta, son los “políticamente correctos”; quienes sólo tienen ideas y palabras sin el respaldo de los grandes intereses económicos, pasan del lado de los “dispensables” e incómodos.
Palabras como “nacionalismo”, “desarrollo”, “progreso”; o frases como “amor a la patria”, “compromiso por México” o “Justicia Social”, son anacronismos de tiempos en los que las ideas, los ideales y los principios prevalecían sobre los intereses económicos de unos cuantos, ahora son fórmulas para aderezar discursos que nadie cree, pero que revisten los actos oficiales.
Las discusiones en los Congresos son banales y carentes de substancia, pues se constriñen –principalmente– a ser meras lluvias de acusaciones, como si la vida parlamentaria se constriñera a resaltar de qué administración fue la mayor incompetencia, o en cual institución se habla de mayor corrupción. El diálogo parlamentario que es resaltado por los medios de comunicación es aquel caracterizado por el escarnio y la descalificación y jamás por la importancia o relevancia para los mexicanos, pues es más rentable el escándalo a la sustancia y lo verdaderamente relevante.
En esta lógica, no es extraño que hoy partidos políticos con posturas ideológicas antagónicas generen coaliciones electorales que les permitan ser competitivos para ganar gubernaturas y espacios de poder, sin que de por medio exista una propuesta de programa gubernamental en el que se le especifique a la gente cómo van a gobernar. Posturas y principios notoriamente encontrados, se suman con el único propósito de quitar gubernaturas a la fuerza política a la que pertenece el gobernador en turno; es decir, quitan a unos para ponerse ellos. Nada más claro.
Ni con el discurso de la “imperante” necesidad de la alternancia, por demás gastado en estos tiempos, logran convencer a un electorado que ya está fastidiado de tanta farsa, mentira y engaño. La realidad es que la población hoy mira con mucho recelo a los partidos políticos, precisamente, por esa falta de congruencia entre lo que profesan y lo que realizan. Hoy la población quiere –además de transparencia y un alto a la voracidad de gobernantes corruptos– congruencia y certeza en el actuar de gobierno. Hace falta una clase política ideológicamente definida, no una masa amorfa que pretende ocupar y ejercer el poder desde las oficinas de gobierno.
@AndresAguileraM