Las sociedades del orbe han demostrado un hartazgo para con los gobiernos, lo que deriva, necesariamente, en una desilusión generalizada para con el modelo democrático. Cierto: los gobiernos no han sido capaces de cumplir su función primigenia de brindar seguridad –en el más amplio sentido de la palabra– para sus poblaciones; pero
también lo es que la sociedad no está preparada para saber exigir, con precisión y certera puntería, el cumplimiento de las funciones primordiales del gobierno. Sin embargo, para que la sociedad comprenda y asuma esta condición, es necesario que la gente conozca y sepa la razón de ser del gobierno.
La ignorancia es, en síntesis, el primer gran mal de las naciones. Mientras más personas ignorantes –y en consecuencia– ajenas al gobierno, las leyes y –en general– al conocimiento existan en un país, más fácil es la manipulación por parte de los factores reales de poder de un Estado. Así, mientras menos conocimiento exista, más fácil es manipular los sentimientos y así propiciar afinidad hacia el odio y el desencanto. Pero no sólo eso, es más fácil que figuras mesiánicas lleguen al poder y así iniciar el tránsito hacia las dictaduras y, en consecuencia, la negación de la democracia. A partir de la generalización de la ignorancia, es como se crea el campo de cultivo para los otros dos grandes jinetes apocalípticos de la democracia: la corrupción y la impunidad.
Corrupción es incumplir la ley y las normas de convivencia social. Es negar la necesaria solidaridad y simbiosis que debe prevalecer en las sociedades. Es, en síntesis: sobreponer el individualismo sobre la colectividad y, en consecuencia, es negar nuestra humanidad.
La corrupción implica transgredir y pisotear los derechos de los demás y, en consecuencia, beneficiarse individualmente perjudicando a otros. Esto, desgraciadamente, se ha vuelto práctica cotidiana en las sociedades del orbe. El individualismo exacerbado, auspiciado por la ignorancia, es el campo de cultivo idóneo para la corrupción. Pero ésta no puede subsistir en tanto existan instituciones fuertes y legitimadas para combatirla. Sin embargo, la propia ignorancia y la corrupción generan un vástago más que despreciable: la impunidad.
Mientras exista impunidad, la corrupción no cesará. Por el contrario, aumentará auspiciada por la ignorancia de la gente que desconoce el por qué de sus instituciones, mientras los neo sofistas y ambiciosos populistas, venden el espejismos y falacias para hacerse de los beneficios del poder.
En conclusión: mientras no abatamos la ignorancia, la corrupción y la impunidad en las naciones, el discurso antisistémico continuará cobrando auge en el mundo, al tiempo que los deseos de bienestar general se socaban del espectro mundial.
@AndresAguileraM