La mayoría de las personas del orbe están inconformes con la situación de sus naciones y del mundo. A nadie le han beneficiado la generalización de las condiciones económicas mundiales ni, mucho menos, las políticas económicas, políticas y sociales generadas por los gobiernos. La gente clama por gobiernos cercanos, acordes a la
realidad de las sociedades y no por que sigan siendo cómplices de intereses sectarios que distan mucho del bienestar general.
En nuestro México, el discurso antisistema cobra cada vez más fuerza. La gente está cansada de ver como la vida pasa sin que mejoren sus condiciones de vida. Las cabezas económicas de las familias trabajan más y sus ingresos rinden menos. La gente ya no ansía mejoras económicas para ascender en la clasificación social, sino simplemente para mantenerse en las condiciones mínimas de subsistencia.
Ante esta situación, el oportunismo político insiste en vender la idea que será el gobierno –ya sea en alternancia o permanencia– quienes habrán de transformar todo, de forma radical, para que este bienestar llegue “como por arte de magia”; y existe gente que cree esta falacia, aún y cuando la historia nos ha demostrado, una y otra vez, que esto es una grosera mentira.
Nuestro país, durante su historia como nación independiente, ha transitado por varias etapas en las que, la inconformidad social ha sido bandera de grandes transformaciones. Así la Guerra de Independencia; los permanentes levantamientos sociales para derrocar e imponer gobiernos del siglo XIX; la Revolución Mexicana y la alternancia y transformación política del siglo XXI, tuvieron como banderas primordiales la búsqueda de justicia social y la democratización del ejercicio del poder público.
Tras 200 años de vida independiente, los cambios políticos en México se han generado con una dinámica constante y permanente; sin embargo, nuestra situación social, por lo menos en los últimos 40 años, ha quedado relegada y olvidada, pues las visiones neoliberales la han considerado como una mera consecuencia –quizá hasta natural– de la evolución del libre mercado. Desgraciadamente, la realidad no se cansa de decirnos que la simple libertad de mercado no es la alternativa para generar bienestar, y que el gobierno debe intervenir para que la voracidad del mercado no dañe a los más débiles y vulnerables; aquellos que carecen del poder económico, político o social; es decir, la gente “de a pié” que trabaja para subsistir y dar lo mejor para su círculo familiar.
Nuestro México.
La única forma en que nuestro país –y en general cualquier nación– podrá abatir este impasse es abatiendo tres males que nos son recurrentes y que han aparecido como tres jinetes apocalípticos de la democracia, a lo que nos abocaremos en la siguiente colaboración.
@AndresAguileraM