Esta semana ha sido de tragedias que nos han conmocionado. Sin más ni más, un atentado con un camión cobró la vida de doce personas que se encontraban en un mercado navideño en Berlín. Poco después, el embajador de Rusia en Turquía es asesinado, mientras inauguraba una exposición fotográfica en Ankara. Ambos asuntos fueron
reivindicados en nombre de las condiciones infrahumanas que se viven en Aleppo y Siria, donde se vive un conflicto armado intestino, que ha cobrado un gran número de vidas de civiles inocentes. El mundo se conmociona y enternece ante las víctimas de occidente, mientras se olvidan de las vidas humanas perdidas en el medio oriente, a consecuencia de la inmunda ambición de transnacionales que se disputan recursos naturales y los hidrocarburos de la zona donde, paradójicamente, se presume que inició la civilización.
La humanidad se ha transformado en una verdadera bestialidad. Los valores y sentimientos solidarios sólo quedan como una remembranza de grandes pensadores que idealizaron al ser humano como un ente perfectible y bueno por naturaleza. Hoy y siempre, la realidad nos muestra, inmisericorde, que somos una especie depredadora y egoísta; que carecemos de consideración para con nuestros semejantes y nuestro entorno. Basta con observar el número de especies animales extintas por la vorágine de la cacería de animales exóticos, que podemos conocer gracias a la estulta pedantería de terratenientes que las conservaron disecadas; o las guerras expansionistas de los últimos tres siglos, en donde millones de seres humanos perdieron sus vidas a consecuencia de la ambición de gobernantes inescrupulosos, cuyo único éxito fue plasmar sus nombres en libros de historia que hoy –para su desgracia– a nadie le interesa leer ni estudiar.
El mundo humano se encuentra, desgraciadamente, en una decadencia inevitable. Las ambiciones de las generaciones dominantes en la actualidad, se constriñen a la inmediatez. No han pretensiones de destacar y sobresalir, simplemente basta vivir el momento y la obtención de triunfos minúsculos y egoístamente placenteros. Nada importa, mas que vivir el momento, sin que medie interés por algo más que su egoísta concepción.
Los actos terroristas en las principales capitales del mundo, conmocionan más por su simbolismo que por el hecho. Si bien es cierto que la pérdida de vidas humanas es un suceso lamentable; las conciencias se cimbran por la vulnerabilidad e impotencia de las grandes potencias ante el terrorismo celular, empleado por los extremistas desde hace años. Sin embargo, no se inmutan ante el lamentable estado de guerra en que viven países del Medio Oriente, África, Asia o América Central.
Ante ello, no podemos más que asumir una visión crítica y certera sobre la condición humana. No sólo juzgar y condenar, sino –además– actuar en consecuencia. Por ello será importante analizar el papel de los Estados y los gobiernos ante este panorama. Situación que realizaremos en la entrega siguiente.
@AndresAguileraM