Como cada año, los punteros en las preferencias electorales son motivo para que los institutos políticos definan sus estrategias hacia la contienda electoral por la Presidencia de la República. Todos —hasta los punteros— saben que el proceso electoral no será sencillo y que, pese al exceso de confianza de los más aventajados, nada está escrito. Cualquier cosa puede ocurrir y más en un país con la efervescencia y preferencias se mueven con demasiada volatilidad.
En esta lógica —y para beneficio de todos— ha comenzado a permear, en la clase política, una idea que —en mucho— habrá de beneficiar al país: los gobiernos de coalición que, no es otra cosa, más que una alianza en torno a un proyecto de gobierno, con metas concretas a corto, mediano y largo plazo. Eso suena muy bien, es una idea que pareciera muy sencilla, pero que ha demostrado altos niveles de complejidad al momento de llevarse a la práctica.
Al final del día, los partidos políticos son institutos que —aunque no lo parezcan— fueron creados en torno a principios, ideales y un programa general de acción, mismo que, en estricta lógica, debieran marcar sus objetivos a alcanzar al momento de alcanzar por el poder. La gente interesada en participar en política —insisto, en teoría— se acerca a ellos porque coinciden en sus postulados, los cuales debieran ser distintas entre ellos.
Lamentablemente, la realidad no es así: la gente no distingue entre ideologías o principios porque nadie habla de ideas, sólo de ofertas, obsequios y prebendas. Los candidatos se han vuelto meros productos de mercadotecnia, que implican manejo de imagen, controles de daños, estrategias de comunicación y demás artes utilizadas para hacerlos cercanos y aceptables por la sociedad. El preponderar las estrategias de mercadeo sobre la esencia de la política, hace que la gente se confunda y no vea diferencia entre los candidatos en contienda y las ideas que dicen presentar. Es decir: no hay diferencia.
Por ello es que se vuelve tan apetecible un gobierno de coalición, pues —al final del día— el pragmatismo se ha impuesto a los fundamentos; la imagen más aceptable es el estándar de presentación, sin que haya sustancia que distinga entre unos u otros. Sin embargo, no estoy cierto que un acuerdo político pueda imponerse —por decreto— a los principios e ideologías.
Aún y cuando estas reminiscencias del pasado, llamadas ideologías, parecieran cosa ajena a la “cosa pública”, ciertamente siguen latentes en muchos de quienes participan en política. Todavía existen agravios que no zanjan y afrentas que hicieron profundas que no llegan a sanar del todo. El eterno conflicto entre la reacción y el progresismo mexicano, pese a estar quizá menos expuestos, sigue vivo en el inconsciente nacional y esas son cuestiones que jamás deben ser menospreciada.
Por ello, ante la posibilidad de generar un gobierno de coalición, habrá que estar conscientes que deberá haber coincidencia no sólo en el programa y sus objetivos, sino en los principios en los que se pretenda sustentar ese acuerdo político; pues intentar mezclar agua y aceite jamás se ha podido realizar. Quizá por un momento, quizá por un instante puedan congeniar, pero siempre sale a flote la esencia y la naturaleza; lo que impide que la mezcla sea heterogenia y permanente.
@AndresAguileraM.