Ahora no voy a hablarles de cuestiones políticas; ni discusiones ideológicas, leyes polémicas o críticas hacia el desempeño público. No, efectivamente, no hablaré de
visiones de país ni disertaré sobre las posturas ideológicas de los actores políticos, que —al fin y al cabo— son cuestiones idílicas y, en las más de las ocasiones, abstractas y ajenas a la cotidianidad de las personas. Les trataré un tema que, desgraciadamente, cada vez se vuelve más común en la realidad de las sociedades: la grotesca e inaceptable indiferencia social.
Cada día, millones de personas se apresuran a transitar, a pie, en vehículo o en transporte público, por las calles de las ciudades, pueblos y comunidades de México. Diariamente, caminamos y avanzamos sin ocuparnos de lo que ocurre a nuestro alrededor y, muy lamentablemente, sin tener mayor consideración para con los otros seres humanos que coinciden y se mueven a la par nuestra.
Nos percibimos como únicos en nuestro espacio; donde —injustificablemente— nos auto proclamamos como prioridad sobre los demás, sin considerar que, quienes se encuentran a nuestro alrededor también tienen vidas, prioridades, necesidades y urgencias. Los problemas de los otros seres humanos con los que coincidimos parecieran no importar, pues ante nuestra propia realidad, se aprecian inexistentes o, en el mejor de los casos, menos importantes. Eso es la indiferencia, un mal que transforma a las sociedades en conglomerados de seres individuales deshumanizados.
Esa indiferencia ha hecho que la descomposición social crezca de forma exponencial y que la solidaridad caiga en la misma proporción, sobre todo en los grandes centros urbanos, donde la coincidencia y encuentro entre personas resulta monótono, constante y rutinario, como parte de una dinámica constante en el que las prioridades se vuelven poco más que egoístas y desconsideradas.
El ensimismamiento se vuelve una maldición propia de las grandes urbes lo que lleva, consigo, a que —cada vez más— la desconsideración genere un incremento en la violencia lo que, a su vez, trae consigo, una disminución en la capacidad de asombro.
En esa tónica, en las grandes urbes, diariamente ocurren delitos que, lejos de indignar, ya nos parecen indiferentes. Robos, lesiones, violaciones y homicidios ocurren ante los ojos de cientos de personas y —pareciera— que a nadie inmutan.
Hace unos cuantos meses, se escribió alguna nota periodística en la que se daba cuenta de un sujeto que, por razones desconocidas, prendía fuego a personas de la tercera edad, en condición de calle, que se encontraban dormidos en la vía pública. Estos hechos ocurrieron, precisamente, durante los festejos del 207 Aniversario de la Independencia de México y sólo fueron nota roja un día. La autoridad no ha dado cuenta de los avances en las investigaciones. Lamentablemente, este sábado, ocurrió otro suceso similar: una señora de la tercera edad en condición de calle fue incendiada viva de forma intencional, sólo que esta vez fue noticia únicamente para los familiares de la víctima que hoy se encuentra convaleciente en uno de los hospitales del sector salud capitalino. Y así, diariamente, ocurren sucesos similares que debieran escandalizarnos e indignarnos; sin embargo, esto ya no ocurre. La gente camina, transita y regresa a sus hogares sin que importe otra cosa más que sus propias realidades. Bienvenida indiferencia; bienvenida indolencia.
@AndresAguileraM