Las tendencias electorales en esta época electoral de "primera reflexión", algo sui generis motivo de la reforma electoral de este sexenio, tienen como tónica el
mantener a un mismo puntero en las preferencias electorales. Andrés Manuel López Obrador es, sin duda, el político más conocido del país, cuyo discurso permea y tiene más eco entre la población. Las razones son muchas para que ello ocurra y que no serán motivo de la presente colaboración; el hecho irrefutable es que sigue punteando las preferencias electorales mientras que sus adversarios, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, mantienen una lucha férrea para quien obtiene el segundo lugar.
Esta vorágine, en donde las tendencias -hasta el momento- parecieran vaticinar un desenlace predecible, ha puesto a prueba la solidez -tanto ideológica como ética- de muchos actores políticos que comienzan a cambiar banderas, en aras de lograr tener una participación relevante durante el próximo sexenio. Así, enemigos jurados y antagonistas destacados, han volteado banderas y se alían con quienes, apenas seis años atrás, tenían diferencias inexorables.
En acciones meramente camaleónicas y absolutamente incongruentes con su desempeño y dichos públicos, hoy alaban a quién antes acusaban de "loco"; ahora se postulan por siglas políticas que, días antes, juraban combatir a muerte por no coincidir con sus principios y postulados, y se presentan como personajes impolutos, revestidos de una autoridad moral que ni ellos mismos se creen, afirmando cínicamente que "se equivocaron" y que la opción que ahora representan dejó de ser peligrosa, populista o dictatorial. No importa la cínica incongruencia, lo que de verdad les importa es el oportunismo de mantenerse en la palestra política, en donde usufrutuan cargos públicos para saciar -por decir lo menos- sus deseos megalómanos de notoriedad.
Triste es el panorama de una República donde los principios e ideales se olvidan a la primera de cambio. Ello solo muestra políticos sin solidez moral y -consecuentemente- pierden credibilidad ante el electorado que, para bien o para mal, los llevan y mantienen como parte de la clase política y dentro de los cargos de decisión de los destinos de los mexicanos.
Lo que se avizora en el horizonte es una lucha política sin principios ni sustento, donde las ideologías se entremezclan entre positivos y negativos, en uniones ilógicas, donde la única coincidencia es la ambición -burda y llana- por el poder de las instituciones de gobierno; sin considerar que, para poder ejercerlo se necesita de autoridad moral -real y no autoproclamada- que les brinde la holgura necesaria para cumplir y hacer cumplir la ley sin temor a la crítica o censura de la opinión pública.
Desgraciadamente, hemos llegado a un momento en el que ya no hay principios, ni políticos de carrera o renombre; sólo hay personajes obscuros y camaleónicos que cambian de postura conforme se requiera para mantenerse dentro de las altas cúpulas del poder. Desgastando así a la joven democracia mexicana que está en riesgo de ser secuestrada por la desilusión, el encono y el desprecio de una sociedad hastiada de los abusos de una clase política que cínicamente abusa de los privilegios que otorga el gobierno y sus instituciones.
@AndresAguileraM