Han transcurrido —prácticamente— dos meses del inicio de la administración de Andrés Manuel López Obrador. Este
lapso de su gestión ha estado enmarcada por diversas circunstancias que han roto, de alguna manera, con los esquemas y paradigmas que habían caracterizado las últimas administraciones de quienes obtuvieron la titularidad del Ejecutivo Federal. Conferencias mañaneras, reducción de salarios y privilegios, presupuestos, cancelaciones, nombramientos, despidos, homicidios, descalificaciones, investigaciones por corrupción en Pemex, robos de combustibles y desabasto, han sido frases y palabras que se han escuchado, de forma constante, en los medios de comunicación y que han sido correspondido respuestas directas de parte de las autoridades federales.
Así es el ciclo político en los tiempos de la alternancia democrática de México: sin paciencia, tolerancia o condescendencia entre opositores y afines. Las voces de la oposición política siempre se han alzado críticas y despiadadas en contra de quienes ostentan y ejercen el poder de las instituciones del Estado; y más activamente durante las primeras décadas del siglo XXI, en donde siempre se han expresado acremente críticos; atizando y exaltando el malestar social ocasionado por alguna acción de gobierno, declaración pública o postura ideológica. Son imbatibles e incontenibles, utilizando cualquier medio para difundir sus críticas, sin que con ello traigan alguna propuesta de cómo hacerlo mejor, con lo que coinciden con la mayoría de la gente; con lo que se genera empatía sólo con la crítica, el malestar, la molestia y el rencor.
En esta vorágine política, el hoy gobierno enfrenta una oleada de fuerte crítica por parte de los opositores. Cualquier acción, omisión o condición es utilizada por los detractores para sacar raja política del hecho. Ya sea el plan de austeridad y los despidos —la gran mayoría injustificados—; el complejo tema de las investigaciones por corrupción de los funcionarios públicos del sexenio anterior; la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco y, más recientemente, la estrategia de combate al robo de hidrocarburos en el bajío, han sido acciones muy criticadas —y hasta satanizadas— por aquellos que son abiertamente antagónicos al proyecto político del hoy Presidente de la República.
Ante esta situación, quienes son afines tanto al Partido de MORENA, se quejan de una andanada de críticas en contra de su actuar, precisan —quizá dramáticamente— que jamás en la historia un Presidente de México había sido tan “atacado” como lo ha sido López Obrador. Sin embargo, parecieran olvidar que este peculiar estilo de “hacer política” fue el mismo que les permitió posicionarse como los principales opositores durante los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y que los distinguió como opositores.
Hoy la política ha puesto como autoridades a quienes fueron opositores. Ahora son criticados por quienes —otrora— fueron criticados, utilizando los mismos argumentos que, quienes hoy son gobierno, usaron para posicionarse. Así las cosas, la política en México mantuvo una dinámica que, difícilmente, podrá variar. La autoridad será asediada y criticada por la oposición, ya estará en su habilidad y condición lograr salir airosos de los bumeranes de la política, que no son otra cosa que los avatares y retos que se les presente.
@AndresAguileraM