Según la Real Academia de la Lengua, el populismo se define como una
tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Se utiliza de forma peyorativa, pues aduce el abuso político del ofrecimiento —casi milagroso— para solucionar problemas, de aminorar las carencias de los más desprotegidos en pos de la permanencia y perpetuación en el control de las instituciones estatales.
La base de cualquier populismo —derecha, centro o izquierda— es la inconformidad generalizada por el desempeño del gobierno y sus políticas, así como un estado de descomposición social generalizado, en donde las divisiones sociales suelen ser más que acentuadas, así como el rencor entre quienes “tienen mucho” y “tienen poco”; es decir, predomina la injusticia social.
La falta de credibilidad, la deslegitimación —justa o injusta— de la política y del actuar de las autoridades; su favoritismo para con las clases más acaudaladas, así como la inoperancia del gobierno para propiciar condiciones que generen justicia y equidad entre las personas, hacen que el grueso de la población de un Estado esté inconforme, lo que genera el “mal humor social” del que “alguien” se quejó en algún momento de la historia de nuestro país.
Hoy por hoy, el ascenso del populismo —desde la óptica peyorativa— es un fenómeno que caracteriza prácticamente a todos los países del orbe. En todos hay una tónica generalizada: el ascenso de líderes con altos niveles de aceptación popular y que ofrecen soluciones “casi mágicas” que, desde la óptica doctrinaria y académica, resultan imposibles de materializarse, pero que tienen gran aceptación entre el grueso de la población.
Una característica de los líderes “populistas” —antes de acceder al poder político— es precisamente una crítica constante hacia el estatus quo, a quienes califica como “enemigos del pueblo”, en plena concordancia con la idea generalizada de molestia e inconformidad. Incluso, ascendiendo al poder, ante las crisis que pudieran generarle conflicto o menguar la popularidad, el recurso de culpara a “los malos de siempre”, es siempre bien aceptado por las mayorías. Su discurso siempre es concordante con el sentir de las mayorías que son, fundamentalmente, los depauperados, quienes se autoproclaman como los “olvidados del sistema”.
La realidad es que el fortalecimiento del populismo se debe —en esencia— a la incapacidad que han tenido los Estados Modernos para generar bienestar para la mayoría de las personas que los conforman. Los extremos de la liberación económica adoptados tras la caída del muro de Berlín han traído mucha desigualdad, pues las condiciones económicas se mantienen sujetas a las reglas del mercado, mismas que impiden la intervención estatal, lo que —de alguna manera— si bien se ha privilegiado la libertad, también lo es que ello ha generado que la voluntad de los “más fuertes” se imponga a la de los “más débiles”.
En síntesis, el resurgimiento del populismo es, sin lugar a duda, producto de la incapacidad de los Estados Nacionales en lograr bienestar, equidad y justicia para todas las personas que los integran. Es respuesta a la inconformidad generalizada a la indolencia e indiferencia gubernamental. Hoy, la tarea titánica de los opositores es convencer de lo pernicioso del populismo, con los argumentos que refuercen un sistema que no ha generado las condiciones de bienestar que se ofrecieron hace más de 40 años.
@AndresAguileraM