Ayer, en una sesión que quedará para las páginas más obscuras de la historia
de nuestro país, el Congreso del Estado de Sinaloa rechazó modificar el Código Civil de la entidad a efecto de reconocer y legalizar el matrimonio igualitario en la entidad. En una votación cerrada —20 en contra; 18 a favor— los Diputados locales demostraron que el conservadurismo no entiende de partidos y, mucho menos, comprende de realidades, pues se aferra a atavismos y visiones sesgadas y prejuiciosas, en detrimento de la dignidad de las personas.
Hoy, más que nunca, el rancio conservadurismo y la reacción se encuentran al acecho de afectos y partidarios, sobre todo de aquellos que se sienten desilusionados y ajenos al cumplimiento de promesas de bienestar que traían consigo las ofertas democratizadoras y libertarias propias de los excesos generados por el fin de la bipolaridad política del orbe.
Los conservadores y reaccionarios, esos que fueron partidarios de los beneficios de los sistemas de clases sociales y castas raciales; de los que propugnaban por la permanencia de privilegios para los altos jerarcas de iglesias y sociedades religiosas, escudados en dogmas e interpretaciones —a modo— de textos histórico-religiosos; los mismos que promovieron el genocidio a partir de visiones fanáticas respecto a la pureza de la raza, y que han procurado, a través de convencionalismos sociales el sojuzgamiento de las mujeres en el mundo; hoy vuelven, con renovados bríos, a la escena pública a tratar de imponer un status quo que, desde hace varias décadas, ha dejado de ser parte de la realidad social.
En una patética y pírrica victoria, supieron incrustarse en las mentes y conciencias de representantes populares, a través de las conocidas prácticas de presión, para evitar lo que, en legalidad y justicia, han sido derechos ganados, aceptados y reconocidos por la mayoría de las personas y por las instituciones encargadas de la interpretación de nuestras normas jurídicas. Los matrimonios igualitarios son una realidad que, pese a quien le pese, habrá de imponerse a las funestas prácticas de grupúsculos de privilegiados que sólo buscan imponer sus ideas y visiones retrógradas y prejuiciosas, a la sociedad mexicana a través de las instituciones jurídicas del estado mexicano.
La libertad es un derecho inalienable del ser humano. Cada uno es libre de tener las ideas que más le plazcan, siempre y cuando éstas y su manifestación, no trasgredan los derechos y libertades de los demás. Prohibir es un acto propio de las dictaduras, de autoritarismos rancios carentes de diálogo y plenos de imposiciones a través de la coerción. Limitar los derechos de las personas, pese a lo obvio, sólo detiene —por un lapso corto— lo inevitable: en los estados democráticos los derechos se ejercen con o sin autorización de las instituciones gubernamentales. Así, será sólo cuestión de tiempo que los matrimonios igualitarios sean reconocidos y legislados en todas las entidades del país, en demérito de los más rancios conservadurismos que, por más que se esmeren, intentan detener lo inevitable.
@AndresAguileraM