“Transformarse a costa de todo y todos” pareciera el dogma que
administraciones y regímenes quisieran implementar a rajatabla, amén de trascender en las páginas de la historia de las naciones y del orbe. Innovar por innovar y despreciar lo hecho, como si reconocer los éxitos de los antecesores fuera pecaminoso, parecieran reglas no escritas que implican la necesidad de sobresalir aplastando a quien antecediera en los cargos, al tiempo de ignorar y desestimar cualquier acción, aún a costa del bienestar de las personas.
Ciertamente, parte de la cuestión política implica tratar de dejar huella en la nación a la que se sirve. Realizar acciones cuyos efectos trasciendan en el tiempo, se vuelven obsesiones para los gobernantes y dirigentes, pues —realmente— ese es el deseo de la mayoría de quienes acceden a dirigir a las naciones.
A lo largo de la historia, cuando se presentan cuestiones que generan cambios paradigmáticos, inician una serie de acciones tendientes a marcar la diferencia entre el “antes” y el “después”. Así, cuando ideologías de izquierda o derecha —sobre todo aquellas radicales— arriban a la dirección de las instituciones gubernamentales, destierran leyes, acciones y programas instaurados por “los de antes” e imponen indiscriminadamente otros que, en la mayoría de las ocasiones, generan afectaciones reales y palpables para diversos sectores de la población.
En muchas naciones, el cambio de política económica, la redefinición de las prioridades presupuestales, así como la reestructura administrativa y burocrática del país obedecen más a la idea y anhelo que a un plan o programa previamente elaborado. Los procesos científicos, sustentados datos y metodologías, son sustituidos por ideologías vagamente sustentadas, pero que son acordes tanto con lo ofrecido durante las campañas ele torales, como con la visión política de quien resultó vencedor, lo que —lamentablemente— trae graves consecuencias al día a día de varias personas que están en condiciones de vulnerabilidad.
En este ánimo transformador, sobre todo cuando se pretende radicalizar los cambios, los más afectados son aquellos que requieren de la funcionalidad gubernamental para obtener los medios mínimos de subsistencia, pues ningún proceso de cambio —por más rápido que sea— es inmediato; en cambio, las necesidades de quienes dependen de los programas de asistencia social jamás cesan, por el contrario, se incrementan.
En tal virtud, es indispensable que quienes arriben al poder consideren que las más profundas transformaciones de los Estados ocurren con la permanencia de la mejora permanente en las condiciones de vida; para ello, se requiere de continuidad en la acción, ruta y rumbo.
Los cambios drásticos son como las explosiones: instantáneos y evidentemente finitos. Transformarse a toda costa, en el acelere, sin la planeación adecuada, solo afecta a quienes —se supone— se pretende mejorar su condición de vida.
@AndresAguileraM