La discusión sobre la naturaleza del ser humano —si es bueno o no— ha sido la base para la determinación de muchas
acciones, estrategias y políticas, sobre todo aquellas de naturaleza gubernamental o de Estado, en las que se pretenden construir los cimientos del futuro de las generaciones venideras. No es un tema fastidioso, menor u ocioso definir una visión al respecto, ya que de ahí se determina dirección y rumbo de las sociedades.
Ciertamente determinar si el ser humano es “bueno” o “malo” por naturaleza intrínseca es un tema decimonónico y muy denso para desentrañar; sin embargo, es indispensable para definir muchas acciones que los estados nacionales y sus gobiernos deben llevar a cabo. Ya sea en el aspecto fundamental de su esencia, que es brindar seguridad a quienes los conforman, o bien ser parte socialmente activa en la obtención de condiciones de bienestar y mejoría individual y colectiva, la visión que se tenga sobre la naturaleza del ser humano es fundamental para cumplir con ello.
Si la visión dominante en las definiciones sobre políticas y acciones públicas, predomina alguno de los extremos —absolutamente bueno o absolutamente malo— considero que se estaría partiendo de principios francamente equivocados, pues se actuaría de forma sectaria, sesgada y hasta discriminante, para un tema que es sumamente complejo. Idealizar al ser humano considerándolo un ser intrínsecamente bueno y perfecto, o juzgarlo y condenarlo a la maldad de nacimiento y a la expiación permanente, son radicalismos que lejos de aportar detienen el cumplimiento de los fines naturales del Estado y su gobierno.
Estoy convencido que para comprender la importancia de la función de Estado y de la ejecución de políticas y acciones gubernamentales, es fundamental entender que se trabaja para seres humanos, perfectibles desde el nacimiento y que su esencia racional le impone una condición particular como una especie distinta a las demás.
Establecer como punto de partida que los seres humanos son “buenos” o “malos” por naturaleza es un error recurrente de los gobernantes. Generalmente, por ser políticamente correcto, se asume la postura de considerar a todos “buenos” por naturaleza, lo que ha llevado a la toma equivocada de decisiones, sin considerar que esta condición es producto, precisamente, de la pertinencia de decisiones políticas fundamentales, como lo es el establecimiento de un sistema educativo acorde a las condiciones propias de cada estado nacional, que tenga como punto de partida un sistema educativo estructurado, concebido para la creación de ciudadanos; es decir, individuos capaces de vivir en sociedad.
El sistema educativo debe ser uno de los puntos angulares bajo los cuales deben elaborarse las políticas públicas que den sustento a los estados nacionales. A partir de él se forjarán a los ciudadanos que —más temprano que tarde— tomarán la estafeta en el desarrollo de los estados nacionales.
@AndresAguileraM