Reflexiones de cuarentena: el “incorruptible” Maximilien Robespierre

Ayer por la noche, como todos los días de esta situación excepcional, nos enteramos de que los

 enfermos de COVID-19 siguen en aumento; 2 mil 800. Lamentablemente los fallecimientos incrementan en la misma proporción. Continuamos en cuarentena, en espera que pronto disminuya la curva de contagios y, sobre todo, de fallecimientos producidos por este nuevo virus.
Así, en este reencuentro con los libros y la historia, vemos que la humanidad y su trance democrático inició a partir de las ideas filosóficas en las que se realzó el carácter moral de los seres humanos y que, gracias a la razón, gozaban de una bondad innata. Algunos, como Jean-Jaques Rousseau, afirmaban que el ser humano nacía bueno y libre por naturaleza, pero que era la propia sociedad la que lo corrompía, pues provocaba que se desbordaran sus pasiones y que, la búsqueda de la seguridad hacía que profiriera conductas hostiles para con los demás. Por ello, y a partir de un gran consenso promovido desde una gran voluntad general, se propiciaba un gran contrato por virtud del cual cedía parte de su voluntad para que ésta le fuera retornada de forma ordenada por el Estado.
Ante estas ideas se gestó la Revolución Francesa que, como lo comenté en la colaboración anterior, fue el origen de la nueva convicción democrática que ha imperado en el orbe y que sus orígenes siguen vigentes hoy en día.
Durante este periodo de la historia, su lema “Liberté, Égualité, Fraternité” se rezaba por todos los confines del territorio galo, en particular en París, donde la exigencia libertaria se escuchaba tan estruendosamente como el deseo de venganza en contra del clero y la monarquía, que tenían a la mayoría del pueblo, inmerso en la pobreza famélica, y a la burguesía como costeantes de sus suntuosas formas de vida.
El derrocamiento de la monarquía y la instauración de la república trajo consigo el establecimiento de una de las primeras autocracias: el Comité de Salvación Pública y su figura emblemática, Maximilien Robespierre, conocido como “el incorruptible”, instauró “el Régimen del Terror”. A raja tabla impuso su visión de lo que debía ser la “moral pública” así como su concepto e ideología de “la Revolución Francesa” con base en lo que determinaba, desde el púlpito de la Asamblea Nacional, quien vivía y quien moría. Ahí la fraternidad y la bondad innata del ser humano se puso a prueba y, lamentablemente, falló. Pudo más la venganza y el odio que el deseo de libertad, igualdad y fraternidad.
Su necedad e imposición abonaron —en mucho— a la desestabilización de la naciente República Francesa. Las ambiciones políticas y la falta de cumplimiento a las ofertas de bienestar hicieron que el 28 de julio de 1794 fuera ejecutado por el propio movimiento que, un año antes, el lideraba con puño de hierro. El encono, división y confrontación que él, y los otros líderes de la Revolución, provocaron y usaron como motor de transformación, se volteó en su contra.
La historia sirve para aprender de ella. Sus enseñanzas se forjan con sangre y letras. Vale la pena voltear a reencontrarse con ella para evitar caer en errores que ya fueron superados y que costaron, innecesariamente, vidas inocentes.
@AndresAguileraM