Somos muchos los que consideramos que la Revolución Mexicana ha sido el movimiento social que más esperanza de justicia y reivindicación sociales ha traído al país. Si bien es cierto que sus orígenes se encuentran en la necesidad de terminar con un régimen dictatorial, también lo es que sirvió para dejar al descubierto problemas de injusticia e inequidad enquistados en la sociedad y que exigían —y exigen— solución.
Ciertamente la ambición política sirvió de combustible para atizar los levantamientos armados que permitieron, primeramente, el derrocamiento de Porfirio Díaz y del chacal Victoriano Huerta; en segundo término, saciar la sed de democracia y justicia social que, al final, fue la que los legitimó y brindó apoyo y simpatías de amplios sectores de la población al movimiento revolucionario, al tiempo que sembró la semilla de esperanza en un México mejor para todos, que se materializó con la promulgación de la Constitución Política de 1917.
La convulsión e inestabilidad social y política implicaron la necesidad del fortalecimiento del gobierno, pues sólo así podrían contenerse legal y legítimamente los constantes levantamientos provocados por ambiciosos y facciosos jefes militares que, por la fuerza, intentaban hacerse del poder político del país para imponer la visión de “su revolución”.
Tras varios años de cruentos enfrentamientos, ejecuciones, golpes de estado y el asesinato del General Álvaro Obregón, se logró sumar a todas las facciones revolucionarias en pugna en una sola institución que, a modo de un sui géneris partido político nacional, obligó —en primer término— a que las ambiciones políticas se disputaran en su interior, sin que implicaran un levantamiento armado; en segundo lugar, a que, incipientemente, se intentara crear un programa en el que, con objetivos precisos, se fueran cumpliendo las expectativas sociales que había generado el movimiento revolucionario.
El Programa de la Revolución se materializó en “El Plan Sexenal” que marcó el primer esfuerzo por programar acciones concretas para cumplir con las expectativas de la población. Cada sexenio habría de ir avanzando en metas y objetivos concretos, encaminados a cumplirse de forma constante y permanente. Así se podría cumplir con los principios y fines de todos los que hicieron la Revolución Mexicana y que, al final, eran las de la mayoría de la sociedad.
Sin embargo, como todo movimiento político, el Programa de la Revolución fue variándose y pervirtiéndose, al grado de volverse simples arengas y recursos discursivos o motivos de justificación para la satisfacción de ambiciones facciosas y egoístas; trayendo consigo el gran fracaso que implica el deceso del último gran movimiento de reivindicación social de México, dejando al país en manos del crimen y del oportunismo político; del retroceso y de las ambiciones de facciones y grupos de poder que distan mucho de la añoranza y compromiso con la democracia y la justicia social. El desorden y la falta de una línea ideológico-política es lo que predomina. Habría que preguntarles a los revolucionarios ¿Qué piensan del México de hoy?
@AndresAguileraM