Ni una más...

Veo horrorizado una realidad que por más que organizaciones civiles difunden su brutalidad y llaman a la solidaridad y empatía para su prevención y atención, gobiernos y sociedades hacen oídos sordos a un clamor que, difícilmente, podría ser más justo y necesario: erradicar o —por lo menos— disminuir la violencia contra las mujeres.
Antes del encierro produjo por la declaratoria de pandemia por el virus Sars-CoV-2, fuimos testigos de una de las más sentidas y masivas protestas que se hubieren visto en épocas recientes. El ocho de marzo de 2020, miles de mujeres y niñas se manifestaron en el Centro de la Ciudad de México gritando y exigiendo, más que justicia, visibilización a un problema tan añejo como la humanidad misma. El día siguiente, el 9 de marzo, el silencio se hizo estridente. Vivimos en carne propia lo que es la ausencia que se produce por esa violencia: lugares vacíos, luto, remembranza y coraje, fueron —incluso— más ensordecedores que la marcha, las arengas y las consignas. 
 
México fue sólo uno de muchos países en los que ocurrieron hechos de esta naturaleza. Mujeres de todas las naciones, latitudes y orbes salieron y se guardaron para gritar como nunca había ocurrido, para visualizar un problema que siempre ha estado ahí y que, incluso, en varios momentos de la historia de la humanidad, no sólo se normalizaron, sino que se llegaron a instituir como leyes, usos y costumbres.
 
No es para menos, la violencia contra la mujer se generalizó en todos los ámbitos de la vida social. Ya fuera en las relaciones sociales o incluso en el seno de la intimidad del hogar, la violencia siempre ha estado ahí. Tan es así que datos de ONU Mujeres precisan que el 35% de todas las mujeres del orbe, por lo menos han sufrido violencia física o sexual, ya sea de parte de sus parejas o personas distintas a ellas. También precisa que se ha quintuplicado el número de llamadas a las líneas telefónicas de asistencia, lo que no resulta raro si cada día 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia.
 
Las cifras así descritas son verdaderamente dramáticas, pero no tanto como la indiferencia que esto tiene el resto de los días del año. Se nos olvida que, mientras hacemos nuestra rutina diaria, al momento de dirigirnos a nuestras oficinas o cuando vamos a descansar, una mujer está siendo violentada de alguna forma que, por silenciosa y cobarde, resulta más infamante e indignante. 
 
¿Hasta cuándo desterraremos la violencia contra la mujer de la vida social? Estoy seguro de que sólo será hasta que las personas seamos verdaderamente empáticas y consideradas los unos con los otros.
 
Al momento de escribir estas líneas, es 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la Mujer y, lamentablemente, parece sólo una oportunidad para que los políticos exhiban frases sentidas y de reivindicación, pero sin que las palabras se transformen en hechos concretos que aminoren esta situación. La sociedad está obligada a actuar en consecuencia y solidarizarnos con el grito de “Por nuestras hijas ni una más, ni una más, ni una asesinada más”.
 
@AndresAguileraM.