La semana pasada, los principales medios de comunicación y las redes sociales estuvieron difundiendo diversas teorías conspirativas
en torno a la salud del Presidente Andrés Manuel López Obrador, con motivo del mensaje en redes sociales en los que informaba al país que había sido contagiado con el virus SARS-COV-2 o COVID-19. Desde los más devotos seguidores, hasta los acérrimos detractores, aunados a un número importante de actores políticos que enviaron mensajes de solidaridad y apoyo al mandatario, la salud del Jefe de Estado y Gobierno mexicano fue tema de relevancia.
Y no es para menos. La ausencia de la máxima autoridad ejecutiva de una nación, en particular de una como la República Mexicana, es un tema de importancia jurídica y política de enorme trascendencia para el país y para todos los que nos encontramos en su territorio. Independientemente de las facultades y obligaciones jurídicas exclusivas que le ordenan nuestra Constitución, también es cierto que la condición política y el devenir histórico del país, imperan la presencia de un jefe político en el que, para bien o para mal, confluyan y resuelva las disputas, estires y aflojes entre los factores reales de poder.
Desde el porfiriato, el Presidente de la República se volvió una figura esencial para la gobernabilidad del país, pues el determinaba los destinos de todas y cada una de las acciones gubernamentales; definía el rumbo legislativo y controlaba las cortes. Esta función política y metaconstitucional se replicó durante los regímenes revolucionarios, en los que al Presidente se le consideraba el jefe máximo del país, cuando en realidad era el vértice en el que confluían todos los que jugaban el estire y afloje en el poder. En la transición, el poder presidencial se distribuyó de forma un poco más equitativa, pero seguía teniendo un gran peso en las decisiones trascendentales de la República.
Tras el retorno del PRI al poder en el periodo de transición, la figura presidencial se vio mermada, tanto en su actuar como en su influencia y poder, lo que hizo, entre otras cosas, que la voluntad popular se volcara a favor de reinsertar un régimen en el que un mismo movimiento político tuviera el control absoluto del gobierno y sus instituciones.
El México de hoy y su régimen político, volvió a establecer en la figura del Presidente de la República, como el vértice en el que confluyen tanto los factores reales de poder; por tanto tiene también la obligación de mediar, limitar o atizar las ambiciones políticas de los líderes y grupos de poder que lo llevaron a esa posición y que forman parte de su movimiento político, lo que —de suyo— resulta sumamente complicado por lo diverso e, incluso, confrontados de las visiones y ambiciones de los mismos.
Por ello es que la incertidumbre sobre la salud del Presidente de la República se vuelve un tema de interés y seguridad nacional. Independientemente de las posturas políticas, el papel que juega en estos momentos es prioritario para la estabilidad del país. Su ausencia absoluta generaría ingobernabilidad e inestabilidad social que sumergiría al país en una grave crisis de consecuencias catastróficas para varias generaciones.
El papel actual del Presidente de la República impera su presencia de forma permanente en el escenario político nacional. Es necesario para que el país se mantenga lo más estable posible.
@AndresAguileraM