Hoy escribo con mucha indignación. He tenido la oportunidad de repasar, un poco, la historia de los orígenes y finalidades de la Revolución Mexicana y veo —con mucha tristeza— que lamentablemente vamos en un franco retroceso. Y no es precisamente por las condiciones de la actual administración, sino por
una serie de sucesos que han venido a desviar los objetivos del programa revolucionario plasmados en la Constitución de 1917.
Esos anhelos de justicia y reivindicación se fueron perdiendo a lo largo del tiempo, donde la visión y “estilo personal de gobernar” de los líderes herederos de la Revolución, fueron desviando las acciones gubernamentales, ya fuera para imponer su estilo personal o para cumplir con intereses de grupo, sectarios e —incluso— modas ideológicas y económicas, que desviaron los objetivos hasta transformarlos en otra cosa, muy distinta a lo que se concibió originalmente.
Ciertamente la Revolución Mexicana fue hecha por personas que, intelectualmente, fraguaron su ascenso al poder político. A este movimiento se sumaron muchos y legítimos reclamos de reivindicación que debían ser atendidos a lo largo de la permanencia del régimen revolucionario. Incluso, cubiertos por esas banderas, se transgredían la normalidad democrática y se realizaban fraudes electorales, so pretexto de mantener vigente el programa revolucionario.
Durante décadas, los deseos y aspiraciones visualizaban una luz de esperanza. La economía, tras la inestabilidad bélica del país y el mundo, crecía constantemente; se establecieron programas para una educación pública consolidada hasta niveles universitarios; se creaban programas de abasto populares que pretendían garantizar la alimentación de las personas —sobre todo de las menos favorecidas— y de apoyo al campo para la producción masiva y de productos que —durante décadas— ayudaron el consumo interno y el abasto a personas. El gobierno se hizo cargo del sector energético, con la finalidad de proporcionar energía a todas las personas, a costos accesibles, con la única finalidad de que todas las personas tuvieran herramientas para lograr su desarrollo.
La legislación laboral permitía que los trabajadores recibieran salarios justos que visaban la posibilidad de desaparecer aquellas historias macabras de explotación y claridad a los empleadores, al tiempo que se construyó un sistema de seguridad social, que brindaba atención médica accesible para los derechos habientes, así como un sistema de pensiones que —en teoría— permitirían garantizar un retiro holgado y tranquilo.
Desgraciadamente, todos estos programas, acciones e instituciones por abusos, falta de previsión, programación y hasta visión, fueron transformados e —incluso— pervertidos dejando que una idea legítima de reivindicación se corrompiera al grado de volverse frágiles, inestables, insostenibles y hasta pesadas e injustificables.
Tras décadas de corrupción e inestabilidad, todo el andamiaje construido por la ideología revolucionaria —en ocasiones exagerada e innecesaria— se desarticuló con el objeto de reorganizar el gasto público y canalizarlo a otras actividades gubernamentales que se consideraron de mayor prioridad. Desgraciadamente, esta reorganización presupuestaria ha sido la tónica de las primeras décadas del siglo XX, sin que se vislumbre en un futuro inmediato, la construcción de nuevas instituciones que, de forma eficaz y permanente, generen condiciones de bienestar para los mexicanos.
@AndresAguileraM