Los radicalismos políticos son, generalmente, posturas que tienen un número de adeptos determinados que, difícilmente, incrementan sus partidarios. Ya sean de derecha o de izquierda, los extremos jamás logran incrementar su presencia en la sociedad de forma tal que estas ideas se vuelvan factores
decisivos en procesos electorales ordinarios, salvo que las condiciones económicas y sociales sean sumamente adversas y se haya gestado, de forma exponencial, una inconformidad generalizada que facilite la empatía en ciertos estratos sociales.
Cuando esto ocurre, los votantes ven con agrado aquellas posturas radicales que sean diametralmente contrarias a las enarboladas por el grupo político gobernante, lo que provoca que un vuelco hacia el grupo opositor más recalcitrante. Así, se explican muchos resultados electorales en países cuyas crisis han generado que las oposiciones —sobre todo aquellas que se muestran como anti-sistémicas— sean beneficiadas con el sufragio mayoritario de los votantes.
Sin embargo, la realidad ha marcado que los radicalismos, independientemente que sean de derecha o izquierda —insisto— difícilmente pueden imponer una visión extremista al ejercicio del gobierno y, necesariamente, tienen que mediar y acercarse a posturas eclécticas, que permitan ciertos equilibrios que faciliten la gobernabilidad, lo que nos permite afirmar que cualquier postura radical es irrealizable e idílica.
México, desde su consolidación como nación independiente y durante prácticamente toda su historia, ha mantenido una postura liberal. En diversos momentos, se ha ejercido el gobierno con ciertas pinceladas en políticas públicas tendientes al conservadurismo, pero sin perder su esencia liberal; se ha promovido la participación e intervención gubernamental en ciertas actividades económicas, manteniendo siempre la libertad de mercado como eje principal; ha mantenido su postura internacional de no intervención pese a que, en determinados momentos, se ha pronunciado con respecto a cuestiones relacionadas a conflictos en y entre las naciones.
Nuestro país, el Estado Mexicano, difícilmente podrá adoptar una postura radical con respecto al rumbo que el pueblo ha trazado como eje fundamental: la libertad. Cualquier política que trastoque esta situación sería irrealizable, pues sería contraria a la esencia propia de su fundación. Ya sea la estatización o el liberalismo a ultranza, son cuestiones idealizadas que jamás podrían materializarse, ya que irían en contra de la voluntad general lo que traería consigo ingobernabilidad e inestabilidad social.
Ante esta situación, podemos afirmar que no hay condiciones para instaurar un sistema estatizado o un régimen neoliberal puro. Por ello, los discursos que desacreditan a los movimientos políticos acusándolos de estatistas, conservadores, oligarcas o neoliberales irredentos, no son más que recursos retóricos que pretenden atizar el miedo para polarizar y cooptar adeptos y afianzar clientelas electorales.
México y su gente es más grande que cualquier radicalismo. De lo que sí hemos sido víctimas es de una profunda incapacidad e ineptitud de quienes han ejercido el poder político para lograr consolidar acciones que encaminen a la población a situaciones de progreso y justicia social.
@AndresAguileraM