De alianzas, coaliciones y traiciones

Cuando se habla de coaliciones y alianzas políticas, se entiende de un acuerdo político entre partidos para lograr fines en común. Generalmente, al menos

en teoría, se establecen las coincidencias entre objetivos y principios y se plasman en un pacto que, la postre, debiera transformarse en un programa de gobierno. Electoralmente o, posterior a ello, se gestan como producto de la negociación y el entendimiento. 


Ya sea una alianza virtuosa —dentro de la ética y el deber ser— o una pervertida —como aquellas que buscan beneficios facciosos— ambas forman parte de la vida democrática de cualquier nación. Sin embargo, estas no siempre tienen el mejor de los desenlaces, sobre todo cuando la ambición es la que rige el actuar de sus dirigentes y cuadros. En este entorno, las lealtades y las deslealtades se manifiestan y se materializan. 


Las alianzas y coaliciones, sin alma ni principios —perversas—, son únicamente pactos en los que se acuerdan la forma en que se ejerce el poder y existen beneficios de ello. La experiencia dice que son grupos minoritarios que se suman a las mayorías a las que se someten prácticamente sin resistencia u oposición, a cambio de prebendas y beneficios menores que, cuando dejan de obtenerlos, se abre la puerta de la traición y el cambio de banderas. De este modo, las alianzas y coaliciones pervertidas, siempre están condenadas a ser eventuales y solamente en tanto el partido mayoritario sea condescendiente y obsequioso, logrará tener control y sometimiento; cuando haya dejado de ser de utilidad, todo eso desaparecerá.


Ante una situación polarizante en la que, por un lado, existe un partido o una coalición mayoritaria y, por el otro, existe la posibilidad de generar una “alianza opositora” al régimen preeminente, requiere de una solidez no solo en metas y objetivos, sino en una imagen adecuada y empática con los deseos de la sociedad.


Una coalición opositora tiende a constituirse de forma similar a una de gobierno. Igual puede estar conformada por fuerzas minoritarias y una dominante y, del mismo modo, puede tener lugar como un simple acuerdo que, a la postre, va creciendo en requerimientos y prebendas para las fuerzas políticas que menos electores representan, para así dar lugar a un bloque homogéneo cuyo propósito principal siempre será arrebatarle el poder al bloque dominante.
Así, en un sistema democrático, estas prácticas forman parte de lo cotidiano. Sin embargo, existe un momento en el que, la percepción generalizada es que están en riesgo la libertad, la República y las instituciones democráticas, por lo que las oposiciones se suman en un gran pacto que tiene como bandera reinstaurar la normalidad democrática.


Para que esto ocurra, es indispensable que la oposición y su bloque cuenten con la legitimidad necesaria para ello; si, por el contrario, su popularidad y acciones restan ante la opinión pública, las posibilidades de que esta alianza o coalición se consolide y logre sus objetivos se vuelven nulas. 
Hoy el mundo comienza procesos de transición de regímenes populistas con tintes autoritarios hacia otros más abiertos y democratizados, lo que ha podido lograrse a través de alianzas y coaliciones opositores sólidos, con aceptación popular y con una imagen de honestidad. Si las oposiciones no logran generar simpatías y conectar como defensores del sistema democrático y, por el contrario, sus dirigentes abonan a su desprestigio, sus posibilidades de erigirse como una opción democrática resultan nulas, lo que implica —en sí mismo— una traición para con el electorado que añora cumplan con este objetivo.

Andrés A. Aguilera Martínez
@AndresAguileraM