México es una nación que por más de 200 años ha vivido como independiente. Su devenir histórico ha estado marcado por periodos de
inestabilidad social, convulsión política y sucesos que han determinado el rumbo por el cual se ha desarrollado.
El devenir político de nuestro México ciertamente ha sido convulso. Prácticamente, todo el siglo XIX estuvo marcado por la inestabilidad. Aún y cuando los historiadores oficiales se sientan ofendidos, la época de florecimiento y estabilidad surgió hasta el porfiriato, donde, por condiciones propias del régimen, la lucha por el poder político dejó de ser un factor de desestabilización.
Tras poco más de tres décadas, al estallar la Revolución Mexicana, la inestabilidad social fue determinante para detener el desarrollo iniciado y sostenido por el porfiriato. Los constantes levantamientos y sublevaciones, requirieron que se instaurara la institucionalización de la lucha por el poder, la cual se llevaría en el seno de un partido en el que las ambiciones políticas de los grupos encontrarían cauce, a través del arreglo político y el reparto de poder y territorio, sin que para ello se tuviera que recurrir a la insurrección, De este modo, se lograría una estabilidad política que México desconocía y que había sido un gran tope para el desarrollo y, por otro lado, se ejecutaría un proyecto de nación emergido de la lucha revolucionaria y que se materializaría en la Constitución de 1917.
Durante casi todo el siglo XX México logró mantener la estabilidad. La transmisión del poder se realizaba a modo de un gran acuerdo político en el que los jefes de las facciones revolucionarias victoriosas se repartían las carteras públicas, a costa de la democracia y de la libertad. El modelo funcionó hasta entrada la década de los 70s del siglo pasado, donde el populismo, la falta de planeación y el abuso del endeudamiento y el gasto público irresponsable, mermó la fuerza y consistencia del partido hegemónico, lo que fue el inicio de la debacle de un sistema político monolítico, vertical y oligárquico, que sirvió de instrumento para tratar de materializar el proyecto político-social de la Revolución Mexicana.
Cuatro décadas de fallas, fracturas, desencuentros y visiones irreconciliables, llevaron a que el sistema político se desquebraja, lo que dio pauta a la alternancia política que trajo consigo una nueva oligarquía que, a la postre, fue popularmente despreciada, y que dejó de atender los reclamos plasmados en la Constitución de 1917.
Tras poco más de un siglo, México se encuentra nuevamente en un régimen de partido mayoritario, producto del sufragio popular, que está cohesionado en torno a un liderazgo fuerte y carismático, dejando de lado la institucionalidad.
Por ello, es indispensable la refundación y promulgación de un nuevo pacto político fundacional, en el que se establezcan tanto las reglas del poder como el rumbo por el que se pretende transitar para lograr un desarrollo constante, equilibrado y justo en el que las personas puedan lograr sus objetivos individuales y colectivos.
Hoy, desgraciadamente, el futuro de la nación depende, en mucho, de la visión y voluntad de un liderazgo. Lo mejor para la República es transitar, nuevamente, a la institucionalidad para lograr el desarrollo anhelado desde la fundación del Estado Mexicano: un gran pacto para consolidar una gran Nación.
Andrés A. Aguilera Martínez
@AndresAguileraM