El domingo trascendió en redes sociales y medios de comunicación un desfile de vehículos y personas armadas,
presuntamente integrantes del Cartel Jalisco Nueva Generación que, a su paso, eran vitoreados por habitantes de las comunidades de la Trinitaria y Frontera Comalapa, Chiapas.
Como si fueran héroes de guerra regresando del frente, los habitantes coreaban vítores a quienes, en una franca actitud de rebeldía frente al Estado de Derecho y, en general, hacia toda construcción social establecida, coreaban y aplaudían a criminales que, inmisericordes, cesan vidas y situaciones de vida en franca idolatría hacia el dios dinero.
La vida del sicariato es ejemplo y guía de una infinidad de infantes que los observan como inspiración. El tener dinero, vivir en los excesos, con la potestad de disponer de otras personas en su vida, propiedades y cuerpo, son aspiraciones con las que generaciones han crecido. El ser sicario, usar armas, tener dinero, joyas y propiedades a cualquier costo, aunque en ello se les vaya la vida, es la ilusión y el anhelo que les mueve.
Muy lejos han quedado aquellas generaciones que crecimos con el bien común como ideal de la vida en sociedad. Queríamos ser policías, bomberos, astronautas, soldados o pilotos, convencidos que la aventura y el heroísmo eran valores máximos que tenían sentido al servirle a los demás. Hoy el respeto que proviene de ropa de marca, zapatos “mamalones” y dinero que, independientemente de su origen, sirve para ejercer poder y sometimiento de los demás.
Ciertamente la pérdida de valores es un síntoma de nuestros tiempos. Hoy el tener dinero y poder presumirlo con vestuarios ostentosos, portando y usando armas, al tiempo que logran tener mucho dinero con poco esfuerzo que grotesca y cínicamente exhiben sin recato, es el ideal de muchos menores que ven en estos criminales su ejemplo a seguir.
En esa lógica, entiendo que el respeto a la ley y a los demás, la consideración y la mesura han sido sustituidas por egoísmo, narcisismo y el exceso, lo que conlleva necesariamente a un deterioro del tejido social que fomenta el individualismo y la pérdida del sentimiento de comunidad. Tan es así que consideran como secundario el dañar a las personas, a quienes les perpetran delitos, para saciar su deseo de dinero, poder y lujos superfluos. Una sociopatía recalcitrante que se expande como una gran plaga que carcome la humanidad en las personas.
El gran reto, además de lograr un combate efectivo en contra de la delincuencia organizada, es precisamente arrebatar a las personas de la posibilidad de que sean reclutados por los cárteles del orbe. Sin embargo, cuando el principal gancho es el dinero no hay mucho que ni el Estado o la sociedad puedan realizar, ya que contra la avaricia sólo resta inculcar valores que permitan desterrarla, porque tratar de combatir el reclutamiento a través del otorgamiento de estímulos económicos o el ofrecimiento de trabajos lícitos, difícilmente podrían competir contra el poder seductor y corruptor del crimen organizado.
Hoy más que nunca la sociedad mexicana está deseosa de retomar la normalidad de su devenir, que está basado necesariamente en el respeto y la consideración hacia los demás. En la medida en que los valores como solidaridad, empatía y respeto se han ido perdiendo, la necesidad de saciar esas carencias se encuentra a través de la banalidad y el ego.
En la medida en que retomemos un verdadero sistema educativo, basado en el fortalecimiento del valor del ser humano, el aumento del número de personas susceptibles de ser reclutadas por el crimen organizado seguirá creciendo en la misma proporción y dimensión que lo ha hecho hasta este día.
Andrés A. Aguilera Martínez
@AndresAguileraM