De las ruinas de la Revolución

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Durante la administraciones posrevolucionarias, se fueron levantando instituciones que concretaban la sectorización de aquellas facciones que salieron “triunfantes” de la guerra revolucionaria, conjuntamente con grandes edificaciones que hacían gala y ostentación de ese triunfo y que, al mismo tiempo, representaba la esperanza de miles de mexicanos que añoraban un futuro mejor y más justo.

De este modo, obreros, campesinos, mujeres, hombres, jóvenes, niños, etc., pusieron sus anhelos de reivindicación en quienes, de alguna forma u otra, contaban con el mandato de sus intereses de clase, comunes a los estilos de vida de quienes vivieron el México del siglo XX y que, debido a su representación, atendían sus asuntos desde suntuosas oficinas, plagadas de alegorías de la victoria revolucionaria, que les recordaban las razones por las cuales ocupaban los sitiales desde donde despachaban.

Ni las alegorías ni mucho menos las fastuosas oficinas lograron concretar las pretensiones de mejoría de clase. Hoy las reivindicaciones de los obreros, promovidas por los hermanos Flores Magón, siguen siendo un buen deseo; las añoranzas de Zapata sobre la tierra y los frutos del trabajo y la labranza, distan mucho de la autosuficiencia y de mejoría para quienes la trabajan; y la educación pública, gratuita y laica no ha dado los frutos deseados y visualizados por Vasconcelos.

Hoy, el México del siglo XXI efectivamente se ha desarrollado y ha avanzado en los caminos económico y tecnológico. Contamos, sí, con el hombre más rico del mundo, cuya fortuna fue amasada tras la adquisición de empresas que, otrora, fueran propiedad de la nación; también somos reconocidos como una de las economías emergentes más sólidas del orbe, sin que esa estabilidad se vea reflejada en la movilidad y asenso sociales, aunado al reconocimiento internacional por contar con diametrales diferencias sociales, donde la pobreza extrema se hace presente y grita por la atención no sólo del gobierno, sino de un resquicio de humanidad de la sociedad del estado mexicano. Ello sin olvidar la terrible violencia que aqueja a gran parte de nuestro territorio y que trasgrede nuestra libertad. Todo ello, al tiempo que las edificaciones que, alguna vez simbolizaron el beneficio para los sectores sociales, se avejentan y se anquilosan, mientras las suntuosas oficinas guardan su magnificencia, para deleite de quienes dicen liderar las causas más nobles del país.

@AndresAguileraM