El odio y la descalificación se han vuelto parte innegable de las condiciones políticas del país. Los antiguos prejuicios y el encono generalizado contra el actual régimen, se ha vuelto la bandera favorita de los partidos de oposición.
Efectivamente, durante más de siete décadas, los gobiernos post revolucionarios ejercieron el gobierno e impusieron, con un espíritu notablemente antidemocrático, una visión, una ruta monolítica que encaminaba al país hacia el cumplimiento de sus objetivos, mismos que –en su momento– fueron coincidentes con el espíritu libertario y progresista, lo que generó una simpatía notable de las juventudes de su época, pero notablemente antagónico al rancio conservadurismo, que era enarbolado por la iglesia y los otros grupos con raigambre reaccionaria.
Sin lugar a dudas el desarrollo del país no se explica sin esos setenta años de gobiernos revolucionarios, como tampoco podríamos comprenderlos sin las aportaciones de los grupos conservadores y de los radicales de izquierda que han colmado de pluralidad las instituciones públicas y que, indiscutiblemente, han hecho aportes importantes para el progreso del país.
Ante esta realidad irrefutable, resulta muy cuestionable que amplios sectores de la población, identificados con los grupos conservadores y radicales de izquierda, promuevan el odio y la deslegitimación de las autoridades como mecanismo de posicionamiento político, cuando desde el gobierno se ha reiterado el llamado al dialogo y a la negociación. Peor aún, cuando el deseo y la ambición política se sobre ponen al bien público y se promueve no sólo la desobediencia civil, sino la insurgencia y el levantamiento armado, a sabiendas que el único resultado posible de una acción tan irresponsable sólo puede llevar al caos al retroceso.
Así, la provocación reiterada de la incipiente insurgencia magisterial, demostrada con las constantes provocaciones en contra de los cuerpos de seguridad, aunado a las feroces campañas de denostación hacia quienes dirigen las instituciones del país difundidas por las redes sociales, que sólo exaltan los odios y el encono de la sociedad, sólo pueden llevar hacia la violencia y ésta sólo puede tener como resultado la desestabilización, la desolación y nuestro fracaso como nación independiente.
Entendamos que los odios –que en su mayoría son completamente irracionales– jamás han producido nada; la crítica con propuesta –en cambio– es la semilla para el acuerdo y el alcance de nuestros objetivos como nación.
@AndresAguileraM