Las redes sociales forman parte del devenir social del siglo XXI. Su uso a través de dispositivos móviles han permitido su proliferación de formas insospechadas –incluso– por quienes las desarrollaron.
Hoy, efectivamente, gracias a las redes sociales es más sencillo expresar todo aquello que ocurre pues, indefectiblemente, se han vuelto un mecanismo adicional de convivencia social que no sólo facilita las relaciones interpersonales sino que las llega a fomentar, aunque –indudablemente y a juicio de sus detractores– también han despersonalizado a quienes las ocupan como medio de vinculación social.
Hoy el ciberespacio permite que las comunicaciones sean más fluidas e incluso –y aunque parezca demagógico– las han democratizado. Hoy los ciudadanos pueden incurrir en discusiones “tête a tête” con sus gobernantes; increparlos y cuestionarlos sobre su desempeño y sostener diálogos en torno a temas que les son de su interés. En esta lógica, los funcionarios públicos –que en otros tiempos parecían inalcanzables, imponentes y monolíticos– están obligados a responder a quienes, por razón lógica del sistema democrático, les otorgaron los cargos públicos en representación. Sí, efectivamente, en los últimos diez años, el sistema democrático ha encontrado en las redes sociales, un mecanismo eficaz para intercomunicar a los mandantes con sus mandatarios.
En esta lógica, los mecanismos de fiscalización ciudadana hacia el gobierno cobran más eficiencia. Los funcionarios públicos son más cuidadosos y evitan excesos, pues la voracidad de las redes sociales los exhibe ante cualquier pretensión autoritaria. Sí, es un hecho, son un mecanismo de comunicación que, en segundos confirman lo que antes sólo se rumoraba. Baste recordar los ceses que se presentaron a principios de la administración del Presidente Peña en donde el actuar de un familiar de un alto funcionario, terminaron con una larga trayectoria en el sector público.
También, es importante destacar que son un medio idóneo para agudizar las rispideces y las campañas de desprestigio hacia el gobierno, pues a través de éstas se arrecian en su fiereza y en su belicosidad y que se han recrudecido como mecanismos eficaces de catarsis y de desahogo social para expresar inconformidades que, en otros tiempos, sólo formaban parte del inconsciente colectivo y del silencio incómodo de una sociedad que antes mostraba plena sumisión.
Ante este escenario es dable preguntarnos sobre la necesidad de regular la difusión de información de estos nuevos medios de comunicación, pues no basta confiar en la buena voluntad de los seres humanos que las ocupan. Se requieren reglas claras para un juego igual de claro.
@AndresAguileraM