Tras perder su mayoría calificada en San Lázaro, el grupo en el poder ha doblado su apuesta por la polarización
y ahora buscará rentabilidad electoral a través de convertir todas las discusiones públicas en una disputa entre patriotas y traidores.
Reforma eléctrica y reforma electoral son los dos primeros misiles lanzados sabiendo que no prosperarían como modificaciones legales, pero servirían para agudizar la división con la campaña de “Traidores a la Patria”.
El siguiente proyectil polarizador apunta a la educación. Ahí, el terreno es más propicio para Morena porque no necesita mayorías legislativas calificadas para modificar ni planes y programas de estudio, ni modelos pedagógicos, ni la estructura de las instituciones responsables de la materia. La Ley General de Educación y la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal se reforman con una mayoría simple que, apoyado por sus aliados, PT y PVEM, Morena sí tiene.
Las primeras muestras de la andanada polarizadora que viene con el pretexto de la transformación educativa ya están aquí: por un lado, los proyectos de reorganización de la educación básica, con la abstracta justificación de colocar a la escuela en el centro de la comunidad, y por otro los llamados del presidente, Andrés Manuel López Obrador, a los estudiantes universitarios, para tomar en sus manos la transformación y el gobierno de sus instituciones educativas; en otras palabras, invitaciones a promover paros y huelgas estudiantiles.
La educación sirve para mejorar las condiciones de vida de las personas. En el mundo, más allá de concepciones ideológicas o modelos de gobierno, autoritarios o democráticos, las mayores responsabilidades, y las mejores posiciones laborales, son para las personas más calificadas, con mayores herramientas cognitivas, pues eso les permite tomar las mejores decisiones en su actividad profesional.
China, una dictadura de partido único, además del único Estado de economía centralmente planificada que ha podido generar crecimiento suficiente para convertirse en potencia, es un régimen que condiciona el avance de las personas en sus escalas económica y social, a sus conocimientos y productividad. En el otro extremo, las democracias liberales, consolidadas o emergentes, tienen en la educación la principal palanca de movilidad social, aumento en la calidad de vida y crecimiento económico.
La educación es un proceso de capacitación para la vida social en sus diferentes aspectos: la convivencia social, la conducta individual en el seno familiar y el desempeño profesional en el plano económico, pues finalmente el individuo trabaja, en el modelo político que sea, para ganarse la vida cumpliendo eficientemente con un rol productivo. Ese es su aporte personal al avance y la transformación de su sociedad.
Sin una capacitación adecuada, sin educación de calidad, es limitado el aporte de uno o varios individuos a la sociedad, pues la deficiencia formativa no les permitirá asumir responsabilidades mayores, o en caso de hacerlo, ejercerlas de forma adecuada.
La frase de 10 por ciento de talento y 90 por ciento de lealtad que se atribuye al presidente para explicar la selección de sus colaboradores, es demagogia pura y los resultados actuales de empresas tan importantes para el desarrollo nacional, como Pemex, lo prueban. Pemex no pierde dinero a pasos agigantados, con cargo al erario nacional, porque los neoliberales hayan abierto el sector energético a la inversión privada. La empresa improductiva del Estado se convirtió en un barril sin fondo porque está a cargo de un personaje con carrera trunca de ingeniero agrónomo, llamado Octavio Romero Oropeza, que no sabe absolutamente nada del modelo de negocio petrolero en el mundo de hoy, y quizá ni siquiera entienda lo que es un modelo de negocio.
En el plano profesional, la falta de conocimientos no se compensa con la lealtad a un proyecto, a una persona o a un país. La mujer o el hombre más leal (no importa a qué o a quién) no podrán desempeñar un papel eficiente en la administración de la riqueza energética de una nación, comunista, capitalista, populista o democrática, si no tienen una sólida formación profesional complementada con una experiencia inmensa, que se demuestre con una carrera exitosa, en la rama industrial respectiva. Romero Oropeza y Rocio Nahle son dos muestras de que lealtad no sustituye talento y menos preparación. No tienen experiencia en el nivel directivo de una gran empresa, pública o privada, y su lealtad al presidente solo ha servido para llevar a Pemex a los peores estados de resultados de su historia.
La educación es capacitación para enfrentar y asumir responsabilidades. Las universidades no son centros de adoctrinamiento sino espacios para la capacitación técnica que demanda la sociedad del conocimiento para competir por un empleo. Sin embargo, los estudiantes de las universidades públicas han sido convocados por el presidente a tomar en sus manos el futuro de sus instituciones educativas y modificar su forma de gobierno para ponerlas, según él, al servicio del pueblo. Se trata de un asunto delicadísimo. Nada menos que un llamado a la revuelta estudiantil en los centros que preparan a las y los profesionistas de la siguiente generación. La justificación política es que, según el presidente, las universidades, la UNAM a la cabeza, se entregaron a la causa neoliberal.
La percepción es realidad también en el mundo laboral. Por eso, si ese llamado a la insurrección estudiantil llega a prosperar, aunque sea un poco, los principales perjudicados serán los estudiantes de las universidades públicas y autónomas, pues sus instituciones perderán prestigio y ellos carecerán de atractivo ante sus posibles empleadores del mañana. En el caso de que puedan concluir sus estudios después de convulsionar a sus universidades, serán universitarios con títulos devaluados, pues tanto las empresas privadas como los organismos gubernamentales que podrían reclutarlos, optarán por egresados de escuelas privadas porque presumirán que se dedicaron a prepararse profesionalmente, en lugar de tratar de importar una revolución, supuestamente transformadora, a sus universidades.
Si escuchan el canto de las sirenas, la enorme mayoría de esos estudiantes estarán dinamitando sus posibilidades de prosperidad y bienestar porque afectarán sus posibilidades de tener una carrera profesional que les permita mejorar, en el largo plazo, su calidad de vida y la de su familia.
La verdadera educación universitaria, contraria al adoctrinamiento, está sustentada en el racionalismo científico y la transmisión del conocimiento técnico. Sirve para formar profesionales capaces de tomar decisiones eficientes que generen beneficios individuales o colectivos, pues los capaces de resolver problemas, son los profesionales que deben asumir responsabilidades crecientes en los sectores público o privado.
En cualquier sociedad que busque genuinamente prosperar, más responsabilidad demanda más capacitación, pero también significa mayores remuneraciones y mejor calidad de vida. No hay dogma ni postura ideológica que sustituya esa realidad, pues así como cualquiera sabe que una cirugía de corazón solo debe ser ejecutada por un especialista, todos deberíamos admitir que extraer petróleo rentablemente de la tierra requiere de ingenieros petroleros, pero también de administradores que controlen los costos de producción, de economistas que proyecten el comportamiento del mercado y de financieros que sepan colocarlo, en las mejores condiciones, entre los clientes en el mundo. Todos deben estar coordinados por un administrador eficiente, que entienda de todas las áreas y sepa hacia donde llevar a la empresa. Esas capacidades se aprenden en las universidades donde se estudia todos los días, no en las que hacen paros y huelgas para impulsar agendas políticas con ideas de autogobierno que nunca han funcionado.
Esas habilidades también se afinan en el día a día del desarrollo profesional. Al momento de elegir empleados, el mercado laboral no se detiene en consideraciones ideológicas ni en lealtades personales o de grupo. De hacerlo, en todas las empresas de México se encontraría el desastre que hoy existe en Pemex.