La virtual postulación de la secretaria de Educación Pública como candidata al Gobierno del Estado de México por Morena,
obliga a revisar lo que ocurre con la política mexicana mientras la polarización se apodera de sociedad, gobernantes y opositores.
La importancia económica y el peso electoral del territorio mexiquense están fuera de duda, pero antes que motivar recuentos de ventajas, recursos en juego y avances rumbo a la elección presidencial de 2024, la postulación de Delfina Gómez debería llevar a todos a una pregunta más trascendente que el propio resultado de esa elección: ¿Qué ocurre en un país donde el partido gobernante se atreve a postular al personaje más oscuro, electoral y legalmente hablando, al más desprestigiado, de todos los que hoy comparten el escenario nacional?
El Estado de México es la joya de la corona. Su gubernatura pesa más que la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México porque en esa entidad hay más población, más dinero, más empleos, una mayor generación de PIB, más impuestos por recaudar y más presupuesto público para ejercer, que en cualquier otra entidad federativa. El Estado de México es, además del padrón electoral estatal más importante del país, el verdadero corazón de la actividad económica nacional, en prácticamente todos los sentidos.
¿Por qué entonces, si se trata de una posición clave, el partido en el gobierno, dirigido por el presidente de la República, actúa como si no corriera riesgos y como si los votantes mexiquenses no le merecerían ningún respeto? ¿Por qué Morena y el presidente, Andrés Manuel López Obrador, determinan entregar la segunda candidatura más importante del sexenio a una persona que fue declarada culpable, no responsable solamente, de la comisión de un delito tan grave, y tan impactante, como la retención y la malversación, de una parte de los salarios de los trabajadores del municipio de Texcoco, cuando era presidenta municipal?
¿Por qué postular a la misma persona que eliminó (con la venia presidencial obviamente) el programa Escuelas de Tiempo Completo, cuando se trataba de uno de los principales pilares de las políticas social y educativa? Esa decisión no solo afectó a los niños y adolescentes que aún no votan, también rompió la logística familiar y laboral de madres y padres que fueron obligados a hacerse cargo de sus vástagos en horarios todavía laborales. ¿Por qué no existe temor en el gobierno actual y en su partido, a que los electores cobren esa factura en las urnas mexiquenses?
Las posibles respuestas a esas preguntas son escalofriantes, pues Morena busca consolidarse como partido en el poder y postuló a Defina Gómez para ganar, no para perder.
Si Morena, y López Obrador como su líder máximo, deciden que su mejor carta en la elección más importante antes de los comicios presidenciales de 2024, es una persona cubierta de lodo por haber sido declarada culpable de peculado tras el desvío de recursos públicos, de robo porque privó ilegalmente de parte de sus salarios a los trabajadores del municipio de Texcoco, y también de financiar ilegalmente procesos electorales para alterar la equidad de la competencia, significa que México se encuentra ante un momento delicadísimo porque desde el gobierno ya no existen ni vergüenza ni respeto, no solo a las leyes vigentes sino a la más elemental ética en la política y en el servicio público.
A Delfina Gómez la apoya el Presidente. Es él quien decide que, con toda su historia de ilegalidades a cuestas, la maestra es su carta ganadora para la gubernatura mexiquense. Lo que esa decisión implica es simplemente aterrador. Postularla significa que el gobierno actual perdió todo pudor, que ya no hay espacio para la vergüenza y que la ética, siempre tan citada y siempre tan poco atendida, no tiene ningún peso en la toma de las decisiones, ni en la cúspide ni en los niveles medios de grupo gobernante.
En teoría, la lucha por el poder en una sociedad democrática está normada por reglas que le ponen límites y que sirven para apuntalar, y proteger, los valores alrededor de los cuales se construye un proyecto nacional. Así, los partidos postulan, en teoría, a sus mejores candidatos para hacer realidad el proyecto político que, también en teoría, le ofrecen en campaña a los electores; quienes en teoría, votan por las mejores personas, las más capacitadas, las más honestas, las más creíbles, las más confiables para gobernar y tomar decisiones en la administración de los asuntos públicos, siempre con el fin último de mejorar la vida de los ciudadanos.
Cuando un partido postula a un delincuente –Delfina Gómez es una delincuente-, la regla de la ética política está en peligro. Cuando el partido en el poder, por instrucciones del presidente de la República, hace la postulación, la regla se ha roto y la ética ha desaparecido, pues el grupo en el poder no tiene ningún problema con impulsar a criminales juzgados y condenados para ocupar un cargo de elección tan importante como la gubernatura mexiquense.
Eso ni siquiera es lo más grave. Si el presidente López Obrador se atrevió a postular a Delfina Gómez, fue porque sus encuestas, sus sondeos y todos los instrumentos de medición del humor, del ánimo y de las preferencias sociales, le indiciaron que con independencia de que sea una delincuente, no solo electoral, la sociedad mexiquense la hará ganar, con sus votos, y la aceptará como su gobernadora, a pesar de saber que malversó recursos públicos en Texcoco, que robó una décima parte del salario de los trabajadores municipales, y que inyecto ilegalmente esos recursos a las campañas de Morena; a pesar también de que dejó sin escuela a muchos miles, quizá cientos de miles, de niños mexiquenses.
En pocas palabras, Delfina será candidata no solo porque el presidente López Obrador ha decidido postular a una delincuente juzgada y condenada, que no está en la cárcel por la complicidad de un falso demócrata llamado José Agustín Ortiz Pinchetti, el titular de la Fepade, que la protege. Delfina también será candidata porque aparentemente, a la sociedad mexiquense no le parece relevante que sea una delincuente, que haya desviado recursos público y haya robado parte del salario de los trabajadores, ni tampoco que haya financiado ilegalmente campañas de su partido político. Según la lógica del presidente y de Morena, para la sociedad mexiquense, nada de eso es importante y Delfina es una aspirante ganadora; por eso la postularán.
Si todo es cierto, entonces la regla elemental de la ética política tampoco tiene ningún valor para la sociedad y los electores del Estado de México, pues hoy todo indica que estarían dispuestos a votar por una candidata que no es presunta, sino probadamente culpable de haber robado, haber mentido y haber traicionado a sus gobernados.
Si las cosas son así y Delfina tiene posibilidades de triunfo a pesar de todo, el problema ético entonces no está solo en la clase política, abarca a toda la sociedad que acostumbra decirse engañada y abusada, y que acostumbra asumirse moralmente superior a su clase política.
Alejandro Envila Fisher es periodista, abogado y profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM. Dirigió durante 15 años la revista CAMBIO y Radio Capital. Fundó y dirigió durante cinco años Greentv, canal de televisión por cable especializado en sustentabilidad y medio ambiente. Ha sido comentarista y conductor de diversos programas de radio y televisión. También ha sido columnista político de los periódicos El Día y Unomásuno, además de publicar artúculos en más de 20 periódicos regionales de México desde 1995. Es autor de los libros “Cien nombres de la Transición Mexicana”, “Chimalhuacán, el Imperio de La Loba” y “Chimalhuacán, de Ciudad Perdida a Municipio Modelo.