Si el PAN no da un paso atrás y se retracta de la intención, anunciada por su dirigente, Marko Cortés, de sumarse a la marcha ciudadana
en defensa del INE convocada para el próximo13 de noviembre, será responsable de ensuciar, deslegitimar y restar eficacia, en beneficio de Morena y el discurso del presidente López Obrador, a la más importante de las acciones políticas de la Sociedad Civil que, por ahora, se ven en el horizonte.
Los panistas, igual que los priistas y los perredistas, le han fallado a la sociedad mexicana como oposición, pues no han sabido garantizar, primero el equilibrio político y después la sobrevivencia y consolidación de la democracia. Si el órgano electoral, y con él la confiabilidad de las elecciones mexicanas, están en riesgo, la culpa no es solo de Morena y el gobierno lopezobradorista,. También le corresponde a la oposición partidista porque ha sido incapaz de jugar su rol responsablemente, de construir un discurso y un proyecto alternativos, de ofrecer opciones creíbles y de convertirse en un factor de reconciliación entre los ciudadanos. Por el contrario, los partidos opositores se han cansado de morder el anzuelo y caer, un día sí y otro también, en la trampa de la polarización que les tendió el presidente de República desde el primer día de su gobierno.
Como si se tratara de una competencia de ocurrencias, o un concurso de albures entre adolescentes, al discurso presidencial de la descalificación y la provocación, las figuras de los partidos opositores han respondido con el insulto clasista y racista que, además, han extendido, en una peligrosa e injustificada generalización, a todos los simpatizantes del presidente y de su partido. Cuando los acusaron de ser corruptos y traidores a la patria, no tardaron en responder llamando chairos a los defensores de López Obrador. Cuando AMLO les recriminó haber privilegiado intereses de grupo, no supieron responderle más que con burla y denostación. En lugar de apegarse a la racionalidad, los políticos de la oposición partidista cayeron en la provocación y respondieron con el estómago; justo lo que el presidente pretendía y obtuvo.
A cuatro años de iniciada la narrativa del insulto y la descalificación que caracteriza a la política mexicana de hoy, los partidos de oposición no han sido capaces de entender que, en sus respuestas arrogantes y ofensivas, clasistas y racistas, que además han contaminado a una buena parte de la sociedad civil, está la explicación de la popularidad de López Obrador. Cada vez que sus opositores renuncian al debate serio y lo insultan, cada vez que denuestan a sus seguidores llamándolos chairos, nacos, ignorantes, lo consolidan como el defensor de ese México mayoritario que se siente excluido de los privilegios y los avances de la modernidad y la globalización.
A cada ataque del presidente sigue una respuesta, en los mismos o peores términos de agresividad y descalificación, desde las oposiciones partidistas. Más allá de quién haya iniciado la guerra de insultos, es evidente quién obtiene más provecho de ella. Los partidos opositores no alcanzan a comprender que después de más de mil conferencias mañaneras diseñadas para descalificarlos y provocarlos, el único beneficiario de esa guerra de descalificaciones e insultos ha sido López Obrador, lo que explica y hace entendible que, en la disputa por el poder, el presidente continúe con la estrategia que ha desnudado la pobreza discursiva y política de sus opositores.
Varios estudios y mediciones señalan a los partidos políticos como las instituciones públicas con menor credibilidad y confianza entre los ciudadanos. A partir de esa mala imagen y de la decisión de sus dirigentes y voceros, de imitar el discurso pendenciero del presidente, resulta un despropósito que esos partidos, en los que casi nadie cree, ahora pretendan encabezar la iniciativa ciudadana en defensa del INE.
Lejos de fortalecer al órgano electoral, la presencia de los partidos fortalecería las sospechas que el presidente López Obrador ha sembrado sobre la actuación de la institución mexicana más reconocida en el mundo por su solvencia técnica y su confiabilidad. En este momento la defensa del INE exige la participación ciudadana pura y dura, nada más pero nada menos.
El INE es una institución ciudadanizada y en eso radican su valor y su fortaleza. Justo por su naturaleza, corresponde a los ciudadanos levantar la voz y movilizarse para defenderla ante el intento del partido en el poder de desarticularlo para sustituirlo con una institución sometida y sin credibilidad, como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
A los ciudadanos les corresponde, además de movilizarse y hacerse sentir en la defensa del INE, entender que el problema es tan serio que no pueden dejarlo en manos de los partidos opositores, siempre dispuestos a negociar con el poder a espaldas de la sociedad, y siempre vulnerables por los expedientes negros de sus dirigentes en manos del gobierno lopezobradorista. Alejandro Moreno Cárdenas, el Alito, no es el único que puede ser doblado. En el PAN se conoce ya la historia de Jorge Romero Herrera y el Cártel Inmobiliario en la Alcaldía Benito Juárez. En el PRD quedan cada día menos legisladores porque, con promesas o amenazas, varios se han pasado ya al bando morenista. Ninguno está limpio, ninguno es un santo y, a los ojos de la sociedad, ninguno es confiable.
La otra trampa en la defensa del INE está en los grupos de interés disfrazados de Sociedad Civil, pero formados y controlados por personajes obsesionados con la idea de jugar al Master of Puppets, como Claudio X. González, quien quizá porque solo representa los intereses de su burbuja, también lleva cuatro años de fracaso en su intento de convertirse en un equilibrio, un interlocutor o una alternativa viable frente al discurso oficial. Si el populismo no es una opción aceptable para México, el regreso al juego de Monopolio, sustentado en el capitalismo de compadres que practican estos personajes, tampoco es una alternativa para la sociedad mexicana.
La movilización y el paro nacional, convocados para el 13 y el 14 de Noviembre, deben ser ejercicios estrictamente ciudadanos, Sin templetes en los que se aparezcan ni Marko Cortés, ni Alejandro Moreno, ni Guadalupe Acosta Naranjo, ni Dante Delgado y tampoco personajes como Enrique de la Madrid, Gabriel Quadri, Beatriz Paredes, Lia Limón, Claudia Ruiz Massieu, Kenia López, Lilly Téllez, Santiago Creel, Jorge Romero o cualquier otro de los representantes de la partidocracia corresponsable, con el gobierno actual, de la crisis institucional que México vive hoy.
Si los partidos opositores son un poco responsables y desean evitar regalarle al presidente López Obrador otra victoria y ocasión para burlarse de todo y de todos, se abstendrán de apersonarse y de partidizar esa movilización. Lo mismo deberían hacer Claudio X. González y su cauda de organizaciones subsidiadas que opinan de todo, pero solo saben atacar a López Obrador, pues creen que así defienden sus intereses y su proyecto.
Si una gran coalición es todavía posible, esta puede nacer a partir de la defensa del INE, pero desde la verdadera sociedad civil y al margen de los partidos políticos y los grupos de interés, a quienes les corresponde hacerse a un lado y ser solo los portadores, en el Congreso, de la exigencia ciudadana de defensa del órgano electoral, pues lo que el INE necesita es a los ciudadanos defendiéndolo para defender la democracia, no a partidos y oligarcas en la calle, tratando de hablar a nombre de la sociedad para obtener, o el regreso de sus privilegios, o una nueva garantía de que sus intereses particulares no serán amenazados.
Alejandro Envila Fisher
@EnvilaFisher
Alejandro Envila Fisher es periodista, abogado y profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM. Dirigió durante 15 años la revista CAMBIO y Radio Capital. Fundó y dirigió durante cinco años Greentv, canal de televisión por cable especializado en sustentabilidad y medio ambiente. Ha sido comentarista y conductor de diversos programas de radio y televisión. También ha sido columnista político de los periódicos El Día y Unomásuno, además de publicar artículos en más de 20 periódicos regionales de México desde 1995. Es autor de los libros “Cien nombres de la Transición Mexicana”, “Chimalhuacán, el Imperio de La Loba” y “Chimalhuacán, de Ciudad Perdida a Municipio Modelo.