¿Se busca Candidato o se busca Gobernante?

A dos años de concluir su mandato, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha dejado todas las evidencias posibles de cuánto daño se puede hacer a un país,

cuando se gobierna desde la perversidad, la confrontación, la ignorancia y la ambición.

Ha enviado a la Cámara de Diputados cinco Presupuestos de Egresos de la Federación. Como consecuencia de su pacto de impunidad con Enrique Peña Nieto, éste le permitió gobernar desde que ganó la elección en julio de 2018 y no hasta diciembre como lo marca la ley.

En estos cinco paquetes económicos, la política pública desapareció por completo. Al igual que Luis Echeverría y José López Portillo, su prioridad ha sido mantener, con recursos públicos, una base electoral mediante dos acciones: el reparto de dinero a través de programas sociales y la construcción de “obras emblemáticas” que solo sirven al presidente para exaltar un falso discurso nacionalista.

La desaparición de estancias infantiles, seguro popular, prospera, fideicomisos para la ciencia, el medio ambiente, el arte, la cultura, los desastres naturales, gastos catastróficos en salud, fondos para las policías municipales y estatales, recursos para refugios de mujeres violentadas, fondos para la reparación del daño a víctimas y un largo etcétera han dejado a los mexicanos en total indefensión.

Sus propuestas para hacer modificaciones constitucionales y leyes secundarias se deben, según sus propias palabras, a que no era suficiente con ganar la elección, sino a la necesidad de “cambiar el régimen”. Con las reformas a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal (LOAPF) se centralizó todo el gasto en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), lo que hizo evidente el desabasto de medicamentos que, con la llegada de la pandemia, dejó al descubierto el desastre en la compra y distribución de estos, lo cual ocasionó miles de muertes.

Tampoco es cosa menor la destrucción del sistema de salud. Pensó que todo sería mejor con la creación del famoso Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI) y tres años después, al no funcionar, lo convirtió en IMSS Bienestar. Su “nueva” Fiscalía General de la República (FGR) funciona como despacho particular de Alejandro Gertz Manero, para litigar temas familiares con total impunidad y defender sus negocios, mientras el Sistema de Procuración de Justicia no tiene quién atienda los graves problemas que enfrentamos el grueso de la población.

Y en materia de seguridad, tampoco hay nada bueno qué decir. La narrativa de López Obrador, como candidato y como presidente, se ha centrado en el ataque constante hacia el expresidente panista Felipe Calderón -10 años después de terminado su mandato-, a quien le atribuye la responsabilidad de todos los males.

Y en contraste, es el presidente López Obrador quien le ha dado a la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) más de 200 tareas que no corresponden a su naturaleza, pero que aumentan, en términos económicos, su poder de manera exponencial.

Creó una Guardia Nacional cuyos miembros empezaron a reclutarse -previo a su nacimiento legal- desde la SEDENA; integró también ahí a las policías militares y navales, así como a integrantes de la Policía Federal Preventiva. Y sí, fue López Obrador quien militarizó al país no para la seguridad -porque no les permite actuar-, sino para el control político y social de México.

El hoy secretario de la Defensa Nacional no sólo goza de la simpatía presidencial, sino también mantiene -lo que no se hizo en sexenios pasados- una activa participación política como parte del movimiento del presidente. Sus dichos y hechos así lo han demostrado.

Las cifras de masacres, homicidios, feminicidios, acciones de intimidación y terrorismo se han duplicado. Es López Obrador el presidente que no tiene empacho en dar señales de quien es el brazo izquierdo que lo apoya: la liberación del hijo del Chapo Guzmán, las visitas constantes al llamado ‘triángulo dorado’, la intervención denunciada del crimen organizado en las elecciones a favor de su partido MORENA, han sido evidentes. Su trato respetuoso y sus constantes mensajes de abrazos a la delincuencia lo delatan, pero él ni se inmuta, al contrario, se empeña en hacer cada vez más visible esa relación. Juega con el miedo, con las instituciones a las que ha mandado al diablo y con quienes creyeron que decía la verdad.

No abundaré en sus actos de corrupción, porque se requieren cientos de hojas para describirlos. Lo cierto es que ante todo lo anterior, no cabe duda de que México no tiene presidente, pues, aunque ganó la elección, se negó a representarnos a todos.

Por eso no comprendo cómo es que ahora, analistas, periodistas, colegas políticos y ciudadanos, entre otros que se han manifestado en contra de este desastre, insisten en que en el 2024 necesitamos, en la oposición, un candidato o candidata “popular”, con un perfil similar al que ahora nos gobierna: alguien que “conecte” y gane simpatías, incluso con ocurrencias, que use el mismo lenguaje que nos divide, que prometa lo mismo que él cuando fue candidato, como por ejemplo meter a la cárcel a los expresidentes (ahora sería al mismo López Obrador).

No niego que el carisma es importante, pero ¿acaso no hemos tenido ya demasiadas lecciones que han resultado un fiasco?; ¿no hay ya gobernadores y gobernadoras, alcaldes y alcaldesas que ganaron con popularidad y que tienen a sus estados en las mismas condiciones que el presidente a México?; ¿se busca candidato o se busca gobernante?

Ganar con un proyecto de país y hablar con la verdad cada día es más difícil; nadie quiere transitar por la vía más larga, aunque se la más sólida. Todos quieren soluciones mágicas para problemas complejos que no pueden resolverse de un día para otro. La apuesta de los partidos políticos se ha limitado al corto plazo; dejaron de formar liderazgos, alimentar el debate, incentivar la participación de sus militantes e invitar a la formación cívica de ciudadanos, que no tienen cabida en la participación política si no están cerca del líder. Esa vieja cultura de “el que se mueve no sale en la foto” está más vigente que nunca. ¿Aprenderemos algún día la lección? Ojalá sí, pero espero que no sea demasiado tarde.

Adriana Dávila Fernández

Política y Activista

@AdrianaDavilaF