Un día después de que miles de mexicanas y mexicanos nos manifestamos no solo en la Ciudad de México,
sino también en varias entidades, para apoyar al Instituto Nacional Electoral (INE), la reacción del presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina fue la esperada y evidenció lo que reza un dicho popular: “genio y figura hasta la sepultura”. Una lista interminable de ofensas -que no repetiré- fue la respuesta a la marcha de quienes tenemos la “osadía a diferir” con su propuesta de reforma electoral.
Una semana antes, el principal promotor de esta acción ciudadana fue el propio primer mandatario, cuando descalificó con los mismos adjetivos -que no son propios del presidente de un país- a políticos, académicos, líderes sociales, empresarios, periodistas, entre otros, olvidándose de la más elemental de sus responsabilidades: gobernar para todos, incluso para quienes no votamos por él.
Más allá de la guerra de cifras y de lo ridículo que resultó el reporte del secretario de Gobierno de la Ciudad de México, Martí Batres -por cierto vinculado a Joaquín Nasson, líder de la Luz del Mundo, sentenciado en Estados Unidos por violación-de una asistencia de entre 10 mil y 15 mil personas, evidenciado luego por el propio presidente quien afirmó que “no fueron más de 60 mil personas”, el mensaje ciudadano de más de 700 mil personas tan sólo en la CDMX y más de un millón en todo el país, fue contundente: el INE no se toca, no se invade, no se dinamita, porque aún con enormes retos por enfrentar, la democracia es un logro que no tiene paternidad.
Y el enojo del presidente por este tema es notorio. Quien usara como slogan de campaña “Juntos haremos historia”, no admite ningún otro protagonista en la narrativa que va escribiendo todos los días, en su “cuento de hadas”: él es la princesa, el príncipe, la carroza, los corceles y el rey, que desde el “austero” Palacio Nacional se pregunta todos los días “espejito, espejito, ¿quién es el presidente más popular de la historia de México?”, como si dicho parámetro pudiera medir la eficiencia y eficacia del gobierno para atender las causas apremiantes del país.
Entre las expresiones usadas por el tabasqueño para demeritar y minimizar la marcha, destaca que la haya calificado como un “striptease político, público del conservadurismo en México”. Sin embargo, pareció más bien una autodenominación de su movimiento:
En estos cuatro años de gobierno de la cuarta transformación, son los miembros de la cuarta más cercanos al presidente y el propio mandatario los que se han “desnudado” ante el pueblo de México.
Se desnudó la corrupción de un movimiento electoral, en una serie de videos donde vemos a sus hermanos Pío y Martín recibiendo dinero de quien fuera su titular de protección civil, cuyo origen no es claro, pero si imaginable; en cualquiera de los casos es ilícito. Práctica que ahora predomina en su gobierno.
Se desnudó el talante autoritario del mandatario que no da cabida a las voces críticas, que castiga con el ataque brutal de sus palabras a personajes que incluso le apoyaron a llegar a la silla presidencial.
Se desnudó la intención de imponer, en lugar de consensar -y como prueba tenemos a la bancada de MORENA y sus aliados-, impulsando reformas que dañan al país y a las que no se les puede cambiar ni una coma, porque así lo dice el presidente.
Se desnudó el eterno candidato que tenía todas las soluciones para los problemas de México, pero que como mandatario sólo ha demostrado su ineficiencia, desconocimiento e incapacidad y la de su equipo de incondicionales. Ni salud, ni seguridad, ni honestidad, ni crecimiento económico, ni “primero los pobres”. El de López Obrador, es un gobierno fallido.
Se desnudó a la verdadera y única “mafia del poder”, a la que no le importa quién llegue a la presidencia de la República, sino mantener esas privilegiadas cercanías con el cargo. Se rompió la promesa de separar al poder político del poder económico. Quizás no todos son los mismos de antes, pero sí es la misma cadena que lo sostuvo cuando fue jefe de Gobierno del otrora Distrito Federal, más alianzas que sabe debe mantener.
Se desnudó el pacto con Enrique Peña Nieto hecho en el 2018 que, con su ayuda, le permitió “presumir” 30 millones de votos, como también se desnudaron sus alianzas con personajes a quienes antes calificaba de impresentables, pero que sin su apoyo quizás el mito “del más votado” no hubiera existido.
Se desnudó la avaricia política y económica de quien alardea pobreza franciscana, pero en la realidad disfruta de las mieles de la riqueza -viviendo en un palacio-, como lo ha hecho a lo largo de su vida política y que supo esconder muy bien. La mentira de los 200 pesos en la cartera fue descubierta.
López Obrador está incómodo y enojado y aunque dirija sus balas de odio a ciertos personajes de la vida pública, por primera vez en el tiempo que lleva gobernando, su verdadera molestia es con las y los mexicanos que dijimos “basta” el domingo 13 de noviembre.
Por eso, no extraña que quiera convertir el 1 de diciembre en una competencia de movilización, para demostrar “quién es el rey de las manifestaciones”. López Obrador presentará un informe, con mentiras y más mentiras, como lo hace cada mañana en su conferencia matutina. No dudemos que arremeterá contra “los conservadores, fifis, corruptos, traidores, clasistas, mezquinos” y seguirá culpando al pasado de sus fracasos; justificará sus inacciones, corrupción e irresponsabilidad y la de los suyos con su popularidad y la ya trillada frase de “a mí me apoya el pueblo bueno” (aunque cada vez sea menos), porque en su imaginario, él decide lo que es bueno, lo que es malo, lo que vale la pena, lo que no debe decirse. En su megalomanía, nos repetirá que él es la constitución, el ejecutivo, el legislativo, que él encarna la justicia y su verdad es la única que cuenta.
¡Ah, pero también hubo otros desnudados! Los partidos políticos de México, que fueron rebasados por su falta de liderazgo, de carácter y de estrategia, que le apuestan sólo a los tropiezos del primer mandatario y replican en su vida interna, las mismas prácticas de quien juzgan.
Si la lectura de todos los actores -ya sea del gobierno o la oposición- se da desde la soberbia, pronto se darán cuenta que no es suficiente cantar victoria por la movilización voluntaria de quienes anhelamos un mejor México y que el “pueblo bueno” está poco a poco despertando.
La democracia es una lucha inacabada y así debemos entenderlo. Bien vale la pena librar estas batallas que tienen un gran valor en la vida pública de nuestro país, aunque no es el único elemento que cuenta para ganar el 2024. En este momento, prácticamente todos están bailando al desnudo. Por eso, cualquier intento de vestirse con un traje que no les corresponde puede ser un despegue exitoso o la tumba política de quien prefiera la simulación.
Adriana Dávila Fernández
Política y Activista