Poco después de las 18:00 horas del 14 de diciembre, Ricardo Monreal subió a tribuna a explicar
el sentido de su voto sobre el dictamen de la Cámara de Diputados que contenía el famoso y multicitado “plan B” del presidente López Obrador. Con evidente incomodidad presentó su postura en contra, sobre los seis ordenamientos jurídicos que se discutirían en materia electoral: “nunca ha sido fácil para mi tomar decisiones y en el documento se expresa por qué razón creo que se vulnera la Constitución”.
Días antes, el exaspirante a la jefatura de la Ciudad de México en 2018, había presentado ante los medios de comunicación, un escrito que denominó “bloque de inconstitucionalidades”, con una explicación detallada sobre algunas de las violaciones a la Carta Magna que, por cierto, el cabildero personal de López Obrador, Adán Augusto López Hernández, “en funciones” de Secretario de Gobernación, reconoció, en una de las conferencias matutinas, que existían.
El líder parlamentario de MORENA en el Senado se convirtió en tendencia en redes. Polarizó a la opinión pública, como ya es costumbre en la 4ta. Sin embargo, una mayor parte lo responsabilizó por el resultado de la votación, por “no operar” para encontrar los votos necesarios y evitar el atropello constitucional; fue linchado por “no lograr” detener la infame propuesta que destruía la democracia, especialmente a la institución que más la representa: el Instituto Nacional Electoral (INE). Todo el peso del fracaso recayó en él.
Diversos actores, incluyendo a sus compañeros en el Senado, desde el mes de agosto insistían en que el legislador zacatecano debía definir su postura. Le ofrecieron apoyo para ser presidente de la Mesa Directiva; desde ese tiempo hubo enojos, porque no aceptó. El 27 de octubre, Germán Martínez, en el noticiero de Ciro Gómez Leyva, señaló que “tenía la oportunidad de dignificarse” si “interponía una denuncia contra Layda Sansores”, quien fiel a su costumbre, había dado a conocer conversaciones entre Monreal y Alejandro Moreno (Alito), líder del PRI, sobre posibles acuerdos para ganar la gubernatura de su hermano en Zacatecas, tema que, por su importancia, abordaré en otra ocasión.
En el desfile que organizó López Obrador el día 27 de noviembre, Monreal Ávila tomó la decisión de irse a España con otros coordinadores parlamentarios, incluyendo al líder de la Cámara de Diputados, mi compañero panista Santiago Creel Miranda. Entre risas y bromas hasta señaló: “lástima, me voy a perder de la torta y el frutsi”. En ese viaje, hubo ofrecimientos (velados) del PRD y de algunos miembros de la alianza Va x México, para que encabezara la candidatura presidencial.
Para nadie es desconocido que jugó al filo de la navaja y luego de votar en contra de una de las propuestas prioritarias del presidente, salió herido. No estoy segura si políticamente terminará “en cenizas”, pero lo cierto es que ya hoy, hasta el ofrecimiento le retiraron.
Ante todo, vale la pena hacer las siguientes reflexiones:
- ¿Qué tan válido es exigir con tanta vehemencia, al senador del oficialismo, que entregue resultados a la oposición?
- ¿Dónde está el ejercicio de autocrítica y reflexión sobre el desempeño de los dirigentes de los partidos políticos que integran el bloque opositor?
Si somos capaces de detenernos un momento y recordar qué nos tiene en este difícil momento de la vida política de nuestro país, encontraremos algunos indicios de que subestimar al adversario electoral fue, y sigue siendo, un grave error de la oposición. No, no sólo es Monreal.
Fue el partido en el que milito, el que en el año 2000 no se atrevió a impugnar los resultados del antes Distrito Federal. Hubo elementos suficientes para revertir la elección que favorecía al entonces candidato Santiago Creel Miranda.
Fue Vicente Fox Quesada, que ante la eterna “víctima” cuya historia conocemos desde la toma de pozos en Tabasco, no dio pasos adelante para sancionar los delitos cometidos por el “mesías tropical”.
Fue Marcelo Ebrard Casaubón que, a pesar de estar mejor posicionado en la encuesta del 2012, permitió que nuevamente el “Rey del cash” fuera el candidato a la presidencia de la República.
Fue el propio Ricardo Monreal, quien en el 2018 estuviera mejor posicionado que la “corcholata” favorita del presidente, que no luchó lo suficiente para pelear esa posición.
Fuimos los panistas quienes guardamos silencio, cuando se habló de fraude sin comprobarlo o cuando no defendimos los avances en la política pública de los gobiernos que encabezamos y que beneficiaron a millones. Los datos no mienten, López Obrador, sí.
Fueron sus aliados electorales en los tres procesos federales, quienes subestimaron el tsunami que se avecinaba y que a su paso, poco a poco destruiría su identidad y sus estructuras partidistas: amarillos, morados, naranjas -aunque tengan todavía un halo de vida-, y seguirán ahora los verdes y los rojos. No omito a los azules conversos, cuyas trayectorias se han diluido entre una administración pública casi inexistente.
Fueron sus seguidores y colaboradores cercanos, ahora fuera del gabinete, quienes se permitieron desdibujarse para someterse a la conveniencia personal y a la de sus grupos, pensando en que pronto “tendrían sus recompensas”.
Fueron incluso sus familiares, quienes se metieron al lodazal de la corrupción, para cumplir con “los objetivos” del patriarca redentor, que incluso es capaz de entregar a sus hermanos si se ve en peligro inminente. La biblia lópezobradorista, que contiene la larga lista de extorsiones -llamadas ahora “aportaciones voluntarias”-, guarda los secretos inconfesables sobre la fallida transformación.
Son ahora las tibiezas y debilidades de las dirigencias partidistas (incluyendo la de MORENA), las que contribuyen a crear una narrativa de fortaleza simulada, de un personaje que como candidato prometió lo que como presidente jamás cumplirá: mentir, robar y traicionar, pilares de su conducción política.
Sin embargo, estamos a tiempo. Somos más quienes respetamos la Constitución y sus leyes y por eso las defendemos. Somos muchos más los que respetamos la democracia y valoramos las batallas y a quienes las emprendieron desde hace décadas para el porvenir de las nuevas generaciones. ¡Sí, somos más y no nos rendimos!
Adriana Dávila Fernández
Política y Activista