Soy panista desde hace más de 25 años, llegué al partido cuando México atravesaba por diversas crisis ocasionadas
desde el poder político: el magnicidio de un candidato presidencial; la debacle económica luego del llamado “error de diciembre” que azotó a los mexicanos como un huracán, cuya fuerza dejó miles de damnificados, y el reacomodo de los grupos políticos del poder, que se debatían entre dar paso a la pluralidad o mantener su férreo control.
Entré a las filas de Acción Nacional cuando el aguerrido y admirado Carlos Castillo Peraza, acompañado de miles de panistas del país, defendía con convicción y la fuerza de los argumentos, la democracia en México. Conocí al panismo vivo y apasionado en un mitin en Huejotzingo, Puebla, entidad gobernada por el priísta Manuel Bartlett Díaz, donde era presidente municipal el priísta Alejandro Armenta y legislador, el priísta Ignacio Mier Velazco. Lo que son las paradojas de la vida... hoy nuevamente los encuentro en esta batalla democrática, yo con el mismo color y ellos mudaron de piel.
Quizás por eso, por mi formación de periodista, política y también provinciana, siempre me he resistido a las alianzas electorales entre partidos. Soy una convencida de que la pluralidad es uno de los motores que mueven a esta nación, pero también creo que, en el acceso al poder, las definiciones sobre lo que somos y representamos le dan al elector claridad para decidir sobre lo que quiere como gobierno. Sin simulaciones.
No abundaré en los datos estadísticos, ya tendremos tiempo para ello, pero me parece importante abordar lo que ha significado este tema en los últimos cuatro años para la oposición en México.
En el 2018, cuando era miembro de la Comisión Permanente de mi partido, fui la única que votó en contra de las coaliciones. Mi principal argumento fue la pérdida de identidad del PAN, que nació para combatir los excesos del poder en 1939. Antes, también como miembro del Comité Ejecutivo Nacional en 2009, me opuse a las designaciones en los 300 distritos electorales, porque estaba segura de que nuestra calidad democrática nos diferenciaba de otras fuerzas políticas. De hecho, por ese motivo renuncié a mi cargo como Secretaria de Vinculación del CEN.
En la elección que ganó López Obrador, luego de aliarnos con el PRD y MC, perdimos escaños en ambas cámaras, no sólo en la elección, pues muchos legisladores electos renunciaron a las bancadas que competimos en coalición, para irse al bloque de Morena y sus aliados. Las causas de la derrota son multifactoriales.
Para el 2021, la coalición ahora con PRI y PRD nos tomó por sorpresa a muchos y sí, sé que hay entre la opinión pública digital, la exigencia de unirnos, especialmente cuando el gobierno que tenemos resultó ser un tsunami de tragedias en la política pública. La misma demanda está entre las élites de grupos de la sociedad civil, a quienes no cuestiono su buena intención y menos su expertis en diversos temas, pues ven con preocupación como México retrocede en distintas áreas.
Los resultados de hace año y medio tuvieron una “alegre” lectura por las dirigencias de los partidos políticos:
MORENA y sus aliados atribuyeron sus triunfos, principalmente en las gubernaturas, “al exitoso gobierno de López Obrador”; dejaron a un lado la repartición, sin recato, de dinero y programas gubernamentales, acompañada de la intervención escandalosa del aparato del Estado mexicano, que se usó única y exclusivamente con fines partidistas, y qué decir de la impúdica e inaceptable participación del crimen organizado a favor de su movimiento.
En tanto, PAN, PRI y PRD calificaron de “exitoso” el proceso, a pesar de que se perdieran 11 de 15 gubernaturas en disputa. Los estados en los que el PAN conservó el gobierno fueron Chihuahua y Querétaro, donde no hubo alianza. El PRD perdió su registro en 22 estados, en tanto en la Cámara de Diputados se alegó que se había detenido la mayoría calificada, y que la moratoria constitucional al fin pondría un alto a los atropellos del gobierno federal. Lamentablemente, un “jaguar” se comió la valentía del dirigente del PRI y rompió el acuerdo bajo el argumento -a conveniencia- de supuestamente velar por los intereses del país. Vaya, hasta el favor le hicieron de presentar como propia la iniciativa, y se reforzó la militarización, que alcanzó hasta el metro de la CDMX.
Luego vinieron las descalificaciones, las acusaciones mutuas, el reproche a la traición, el desencanto entre las cúpulas y la incertidumbre para quienes habían puesto su esperanza en ir todos juntos y también revueltos. Con caras largas, en septiembre de 2022, PAN y PRD anunciaron la “suspensión” de la alianza, que poco duró, pues hace unos días, sin sorpresas, se pregonó la “necesaria reconciliación”, no sin que antes Alejandro Moreno y Marko Cortés se encargaran de “hacer las modificaciones necesarias”, sin ninguna discusión, debate o deliberación, para mantener el control de las decisiones en sus respectivos partidos.
En el anuncio para la elección del Estado de México y Coahuila, lo que sí fue toda una revelación fue la de Jesús Zambrano, que ante las cámaras y micrófonos señaló que no había sido tomado en cuenta; también se pronunciaron diversos actores que impulsaron la coalición Va x México y reclamaron la falta de inclusión o, más bien, la exclusión de varios que se consideraban protagonistas.
Entre los dirigentes tricolores y azules se perdonan todo, incluso las traiciones, menos eso de la falta de acompañamiento, cuando alguno de ellos es evidenciado. Se creen dueños de la pista solo porque manejan el sonido.
La falta de democracia interna en los partidos desangra a militantes y, para colmo, contamina a los ciudadanos, aquellos que han manifestado constantemente que están puestos y dispuestos para construir un mejor país, pero que no conocen bajo qué criterio se toman las decisiones y menos saben de las reglas internas que se violentan una y otra vez. No, la encuesta no es un método democrático, como tampoco lo es la tómbola y menos la designación, que se da por los acuerdos de las cúpulas o desde Palacio Nacional.
En el caso de la coalición, estamos en tal situación de riesgo que tenemos que cuidar a todos los actores políticos y a todos los ciudadanos que coincidimos en que el país va en picada con MORENA. No se vale hacer llamados a la pista de baile de la democracia, cuando en realidad convocaron “al juego de las sillas”, para quitarlas justo en el momento en que se toman las decisiones, aunque aparezcan en la fotografía. Estamos a tiempo de mejorar el oficio político, porque los electores son los verdaderos protagonistas en el cambio que buscamos para México.
Adriana Dávila Fernández
Política y Activista