Si algo nos ha enseñado el gobierno morenista que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador, es que
aplica con mucha precisión el dicho “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. El candidato que prometió la transformación tenía muy claro que el gobernante nunca cumpliría su palabra, porque sus fines siempre han estado muy lejos del bienestar que tanto necesita y reclama la población.
En los meses recientes, quien habita Palacio Nacional no ha tenido empacho en reconocer y casi explicar a detalle en qué consiste su estrategia política: mantener al pueblo en la pobreza económica y alimentaria, evitar la superación de los jóvenes, disminuir la calidad de la educación, destruir el sistema de salud y aplastar a la clase media, con el único objetivo de que el mayor número de mexicanos sea dependiente de los programas sociales que se pagan con los impuestos de todos.
Lamentablemente, para conseguir sus fines no ha reparado en violentar la Constitución ni las leyes, atacar a las instituciones y arrinconar a todo aquel que se atreva a contradecirlo. ¡Qué decir del aumento de la participación de las fuerzas armadas en la vida pública y del avance territorial del crimen organizado, que sin duda también han influido en esta polarización social que vivimos!
La realidad en datos nos muestra el fracaso de esta administración, misma que el propio presidente y sus seguidores buscan evadir, presumiendo “la enorme popularidad del tabasqueño”, sólo sostenida por una narrativa manipuladora y superficial, sin darse cuenta de que el tiempo será el mejor justiciero.
Diría en una de sus canciones uno de los canta autores más populares de nuestro país, el fallecido Juan Gabriel: “Abrázame que Dios perdona, pero el tiempo a ninguno, abrázame que no le importa saber quién es uno, abrázame que el tiempo pasa y él nunca perdona, ha hecho estragos en mi gente como en mi persona”. Y para nuestra desgracia, el autor político de “abrazos no balazos” nos ha demostrado, todos los días, que no tiene idea de lo que significan los abrazos en la vida, en la ausencia, en el dolor y en el tiempo.
El México que nos duele nos sorprendió en febrero de 2006, con el derrumbe de la mina de Pasta de Conchos. A 65 mineros los sepultó no solo la explosión de gas metano, sino las condiciones de inseguridad en las que laboraban y poco se supervisaba. El entonces candidato López Obrador prometió entregar los restos mortales a los deudos. A 16 años de la tragedia, se repitió la historia en Sabinas, Coahuila. 10 mineros están sepultados, bajo los escombros, en la mina del Pinabete, por las mismas causas y con la misma promesa que no se ha cumplido en ninguno de los casos. Las diferencias: López Obrador es ya presidente, Napoleón Gómez Urrutia, -exlíder minero señalado como uno de los responsables de la tragedia- es senador y Armando Guadiana es candidato a la gubernatura de Coahuila, ambos propuestos por el partido oficialista. ¿Quiénes sufren las ausencias? Sólo los familiares y los amigos de los mineros.
¡Cuánta indignación causó la denuncia, en 2017, del entonces gobernador Miguel Ángel Yunes, sobre la criminal práctica de inyectar agua destilada en lugar de quimioterapias a niños con cáncer en el estado de Veracruz durante el gobierno de Javier Duarte! Los morenistas fueron los primeros en sumarse a la condena y hoy, guardan silencio ante la muerte de más de 4 mil niños, niñas y adolescentes que padecen esta terrible enfermedad, a quienes les han negado la atención médica de calidad, las quimioterapias y los medicamentos. Sí, López Obrador jugó también con ellos, les prometió esperanza y ahora sólo les da desdén. ¿Qué clase de humanismo practica este gobierno? El dolor lo sienten sólo los familiares y los amigos de los enfermos.
Durante los últimos 15 años, la crítica permanente a Felipe Calderón no ha cesado. El inquilino de Palacio Nacional vive con la perniciosa obsesión contra quien lo derrotó en las urnas. “El ejército a los cuarteles” fue su lema de precampaña. El contador de homicidios dolosos durante el sexenio calderonista se difundía de forma permanente y los más de 130 mil fallecidos fueron presentados como “el trofeo” de su discurso antimilitarista. Siempre vociferó que él construiría la paz y serenaría el país. La realidad lo superó, pues en tan sólo cuatro años de su gobierno, los militares prácticamente despachan a su lado, están en las calles, les ha otorgado tareas administrativas, recursos económicos ilimitados y un poder político a la vista de todos. Las muertes en su administración superan por mucho lo que tanto criticó: más de 145 mil homicidios son el signo de su gobierno, que sólo generó balazos para el pueblo y abrazos para el crimen organizado. La incapacidad es notoria, tanto, que hasta parece complicidad. ¿Así se construye la paz? México vive en luto permanente y la ausencia en los hogares se siente cada vez más.
¿Estos son los únicos ejemplos de un gobierno fallido? No.
¡Vaya forma de desperdiciar el tiempo! Es una pena que con todo el poder político y la legitimidad con la que arribó al poder, el presidente transformador no sólo fue incapaz de atender los problemas del país, sino que los agravó. No pasará a la historia como se imagina. Nunca podrá recuperar lo que el tiempo se llevó.
Adriana, Dávila Fernández
Política y Activista