Es de reconocerse la efectividad de la narrativa presidencial -constante, repetitiva, tendenciosa y manipuladora
para dispersar violencia y odio, desde la tribuna matutina, sobre todo aquello que le interesa atacar, señalar, condenar, enjuiciar, evadiendo, eso sí, su responsabilidad -por el cargo que ostenta- de resolver los cientos de problemas que afectan a la población en su conjunto: masacres, feminicidios, secuestros, desaparecidos, asaltos en la vía pública, robos a casa-habitación, espionaje por parte de las autoridades, acoso escolar y un largo etcétera que, con algo de sentido del deber, hace mucho que se hubieran controlado, de no ser por su errática estrategia que no ha podido serenar al país.
El gobierno se ha aprovechado del manejo de la comunicación y los símbolos del poder, en donde lo único que importa es la voz y el sentir del presidente, lo demás es irrelevante, de ahí "los otros datos", "la nueva versión de la historia", el recurrente señalamiento de que la causa de todos los males de México es el pasado neoliberal, principalmente del expresidente Felipe Calderón.
Por eso es que en su afán de lo que él llama "purificar la vida pública" de este país, desvirtúa a todo aquel que disiente de su visión de país. Sobradas muestras tenemos de las agresiones verbales que ha lanzado hacia políticos, académicos, periodistas, empresarios, ministros, mujeres, que piensan diferente.
Frustración, vergüenza e indignación han causado las imágenes en las que algunos extremistas cuatroteístas decidieron, primero golpear y luego quemar, una figura de la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la concentración convocada por el presidente el pasado 18 de marzo, hecho reprobable desde cualquier ángulo en contra de la dignidad de las mujeres.
No es el primer mensaje violento que recibe la jurista después de que el inquilino de Palacio Nacional se ha empeñado en descalificarla y señalarla como adversaria política de la transformación que él encabeza. Y más temprano que tarde, arremetió en su contra: “Apenas llegó la nueva presidenta y desató una ola de resoluciones a favor de presuntos delincuentes... Antes, cuando estaba Arturo Zaldívar, había un poquito más de vigilancia sobre los jueces, se respetaba su autonomía, pero se vigilaban desde el Consejo de la Judicatura, que esa es su función, vigilar el recto proceder de jueces, de magistrados, de ministros”.
Hace unas semanas circuló, en medios digitales, un meme que acusa que el problema de la impartición de justicia es precisamente la ministra y debajo de su fotografía, aparece la imagen de una bala con la leyenda de que ésta es "la solución". Son acciones preocupantes que, hoy por hoy, ponen en riesgo la integridad de la ministra Norma Piña. No hay manera de justificar esta acción cuando vivimos todo tipo de violencias a lo largo y ancho de nuestro territorio, que no respeta género ni edades.
¿De qué sirven la Ley General de Acceso de las Mujeres a una vida libre de violencia y el Protocolo para Atender la Violencia Política contra las Mujeres si las agresiones surgen desde la institución presidencial?
Y después de la manifestación violenta por parte de los seguidores del tabasqueño, éste sólo atinó a "condenar" el evento y remató con una especie de justificante tropical: “tenemos que vernos como adversarios, no como enemigos”.
Aquí, el único que ve enemigos -no disidentes- por todos lados es el presidente. No cabe la menor duda de que lo incomodaron las palabras de la ministra sobre la necesidad de marcar límites entre los poderes: "si no conocemos las atribuciones y límites de las instituciones públicas, ¿cómo podemos hacer valer la función de contrapesos para la que fueron diseñadas? Si no conocemos la importancia y valor de nuestras leyes para la impartición de justicia, ¿cómo podemos impedir las arbitrariedades del poder?"
¿En serio puede considerarse a la titular y representante de uno de los Poderes de la Unión adversaria del presidente de México? ¿El Poder Ejecutivo está por encima y debe someter a los otros dos poderes? ¿Así se respeta la Constitución? ¿Qué significa la división de poderes en México?
Y con respecto a la nula respuesta de las morenistas -aquellas que se consideran feministas y orgullosas de ser de izquierda, progresistas y defensoras de los derechos de las mujeres- ante los ataques a otra mujer, no hay mucho qué decir. Optaron por callar -como lo han hecho cientos de veces- y guardaron la sororidad para mejor momento.
Resulta incongruente que durante muchos años lucharon por la causa de las mujeres para llegar a los espacios de decisión y, una vez en los cargos, se han dedicado a demostrar que ellas no han marcado -ni marcarán-, diferencia alguna; que su representación no es sustantiva, porque prefirieron arrinconar sus trayectorias y banderas para acatar las instrucciones presidenciales, por conveniencia y complicidad política.
Es momento de poner un alto a estas agresiones. Las mujeres, todas -pero también los hombres-, debemos procurar respeto a nuestros derechos humanos. Nuestro apoyo total a la ministra Piña y a todas las personas que sufren la violencia desde el púlpito presidencial.
Adriana Dávila Fernández
Política y Activista