En su mejores tiempos, con el vigor de 20 ó 30 años menos, Porfirio hubiera conseguido hablar en la sesión de la Comisión Permanente del
Congreso de la Unión, con el argumento de que la libertad de expresión, derecho constitucional, no puede ser limitada por un acuerdo parlamentario.
Además, tampoco un legislador puede ser reconvenido por sus ideas. Porfirio iba a plantear el caso de los migrantes y el papel que le corresponde a México.
El diputado, que intelectualmente está al cien por ciento, ya no tiene la fuerza física para desplazarse como quisiera ni para hablar con vehemencia en defensa de lo que considera justo, así que fue rebasado por la conducción de la sesión de la presidenta y senadora Mónica Fernández Balboa.
La senadora se concretó al libreto, al acuerdo de los grupos parlamentarios. La mayoría de los legisladores levantó la mano para hacer valer lo convenido.
Porfirio prácticamente se quedó hablando solo y su voz se apagó con el desarrollo de la sesión.
El precio que se tiene que pagar por el paso de los años y de lo que nadie está exento, las capacidades físicas se pierden de manera natural, es el desgaste de la vida.
Sin embargo, Porfirio es quizás el único en la Cuarta Transformación, con la autoridad para disentir, para expresar una opinión distinta, para hacer autocrítica.
Es cierto que las piernas ya no le responden como en su juventud ni su voz tiene la impetuosidad de sus mejores años, pero el “colmillo” de la experiencia y la sabiduría política le sobran.
Ya encontrará la forma de que sus demandas sean escuchadas y atendidas.
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@zarateaz1