De la guerra para tratar de acabar con la delincuencia organizada en tiempos de Felipe Calderón se dio el salto
al uso de la inteligencia en el gobierno de Claudia Sheinbaum y su secretario de seguridad Omar García Harfuch.
Por lo visto, por los resultados, la guerra que se desató en 2006 se lanzó sin planeación alguna. Empezó con el llamado “michoacanazo”, con la detención de alcaldes acusados de tener vínculos con el narcotráfico. Todos los presidentes municipales terminaron por recobrar su libertad.
Fue, como se describió entonces, darle de palos al avispero, las avispas se desperdigaron. El problema que estaba focalizado, se generalizó. Se fragmentó y creció la delincuencia organizada en nuestro país.
Hay quienes afirman que la acción calderonista buscó legitimar su gobierno, después de los apuros y enredos que pasó para ganar oficialmente la presidencia de la República.
También hay quienes explican el proceder por su impetuosidad, por ser personaje de pocas pulgas, bravucón. Quedó para la historia legislativa el día que no le gustó un titular del periódico la Jornada y sin mediar palabra, apenas se topó con el reportero Oscar Camacho, le mentó la madre. Después se enteró que los titulares en los periódicos no los hacen los reporteros.
Por lo que haya sido, para legitimar su gobierno o por impetuoso, el hecho es que se desbordó el problema de la inseguridad en el país.
Ahora, en el actual gobierno, con Omar García Harfuch, se le ha dado prioridad a la inteligencia, sin renunciar al uso de la fuerza.
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