Es en Puebla, una serie de impactantes hechos de desapariciones de jovencitas, de crímenes, de esa impunidad y cotidianeidad con la que respiramos los sucesos en contra de ellas, de las mujeres, seguir contando las desgracias como si no lo fueran profundiza nuestro desgarre moral.
No hay cuerpo policiaco que alcance para protegerlas, se necesita que las leyes sean más duras, que la sociedad haga conciencia sobre lo que está sucediendo, el total desamparo de ellas a manos de hombres que no reparan en las consecuencias y deciden violarlas, matarlas, secuestrarlas...ya se ha perdido mucho tiempo discutiendo que hacer para salvarlas, todos tenemos muy en claro que son frágiles por que el estado mexicano lo es. Todos sabemos que hoy puede aparecer una de nuestras hijas, esposas, hermanas o madres gracias a que las barras de protección hacia ellas se quebraron debido a que hemos sido incapaces de darles un trato digno, que la visión machista del mundo político, legal, laboral y familiar deje de serlo para hablar en serio de las causas que provocan que cada vez más mujeres sean víctimas de la violencia.
Que jovencitas como las de Puebla o Tlaxcala, Chiapas o Guerrero dejen de ser costales receptores de las deformaciones del hombre. Se ha dado marcha atrás a todo intento por rescatarlas, protegerlas, si no es así deberíamos preguntarnos el por qué seguimos con la numeraria de horror hacia ellas.
El hombre, muchas veces desde la supremacía de una supuesta ventaja intelectual y física desprecia a las del género femenino, las humilla y arrastra a una penitencia sistemática al no generarles un mundo mucho más seguro. Las pruebas son las miles de víctimas en el país, ellas como la carne de cañón de las pruebas de laboratorio masculinas, en donde existe solo la defensa hacia ellas en el discurso, pero no en los actos, ¿la mejor prueba? Las muertas, las secuestradas, las violadas, las humilladas en sus centros de trabajo, en las calles, en las escuelas.
Más que alertas de género, México requiere un trabajo solidario, de cohesión y defensa en torno a ellas, que sea el hogar de la primera aula en donde se formen los hombres con respeto hacia las mujeres. Si el respeto hacia la vida se ha quebrado en muchos aspectos, colocar a nuestras mujeres en la primera línea de víctimas no es más que un acto cobarde del hombre. Así de sencillo.