Abrir los ojos a la realidad, recogerla en su justa dimensión y entender bajo una lógica razonable las secuencias causa-efecto y los mecanismos que la explican, es premisa fundamental si se pretende modificarla.
Entre la transformación del mundo y la voluntad de cambio, debe operar el engranaje de la acción. El pensamiento mágico, propio de la infancia o del hombre primitivo, atribuye al deseo propiedades modificadoras; supone una facultad inexistente, una voluntad personal imbuida de omnipotencia, que desafía e ignora las leyes de la causalidad.
Esta forma rudimentaria de pensamiento, salpicada a menudo de rituales, supersticiones, amuletos, simbolismos, “detentes” y asomos proféticos, es el rasgo fundamental, la característica distintiva e inconfundible de quien ahora nos gobierna. Anunciar una y otra vez el inminente fin de la pandemia, en tanto se priva al sistema de salud de los necesarios recursos, se escatima en pruebas médicas, se conmina a la población a ignorar la amenaza, se convoca a los abrazos, se alienta con el mal ejemplo la inobservancia de los cuidados, se insta a una precipitada y descuidada normalización de la vida pública y se privilegia la ideología política sobre los más elementales preceptos de la ciencia, revela como fondo un dislate mesiánico, un primitivismo mágico que supone la posibilidad irrealizable de suprimir la realidad con solo ignorarla.
Similares implicaciones conlleva el afirmar que saldremos adelante, toda vez que sumidos en la peor crisis económica y social de la que se tenga memoria, se insiste en rescatar con recursos del estado nuestra golpeada industria petrolera, que sólo en lo que va de la presente administración ha registrado pérdidas por más de 900 mil mdp; si se concede al capricho de un mandatario o a la presunta bondad intrínseca de un “pueblo”, poderes extraordinarios para anular sin miramientos los proyectos de los mexicanos, entre el más absoluto desprecio por las leyes y los procesos institucionales que representan el sustento y la certeza jurídica la nación entera.
?Cómo lograr el anhelado progreso si ante la pérdida de 12 millones de empleos se condena a la quiebra a millares de empresas, abandonándolas a su suerte, como si perteneciesen a una nación extraña o a un país remoto? ¿Cómo salir del abismo si en medio de las más abultadas cifras de homicidios dolosos, feminicidios, violencia contra las mujeres, asesinatos del crimen organizado, secuestros y extorsión, la estrategia toral contra el crimen apela a los sermones moralizantes o al poder persuasivo de las abuelitas?
¿Cómo salir de la debacle económica que ha conducido a una caída del 12% en los bienes y servicios finales que produce nuestra nación, cuando se ocupa la agenda pública en la rifa de un avión, en el desfile patrio o en el circo mediático de un “soplón” al que se le ha perdonado hasta el último pecado?
No es de extrañar la popularidad de las ocurrencias, hechizos y encantamientos, con los que nuestro mandatario subyuga a sus desprevenidos seguidores, que asombrados por sus trucos y sus artilugios baratos, aletargados por su ilusionismo y sus malabarismos ideológicos, suponen posible el crecimiento espontáneo; sin trabajo sostenido, sin el concurso indispensable de las fuerzas productivas que impulsan al país, sin inversión foránea, sin el capital de la iniciativa privada, sin proyectos ni planes concretos para combatir el flagelo de la inseguridad, la violencia o la pobreza. La negación sistemática de la realidad que subyace al pensamiento mágico es siempre el trasfondo del engaño. No lloverá en la sequía, aunque bailemos a un tiempo la danza de la lluvia.