Nada más cercano a lo que se ha calificado como vergüenza ajena, que la sensación producida en los mexicanos pensantes por la reciente intervención de López Obrador ante la Asamblea General de Naciones Unidas; una mezcla vomitiva de asombro, repudio,
incomodidad, rechazo, indignación, enojo y desaprobación. Y es que la vergüenza, aunque surja del decir o del hacer de otro, no es sino una turbación del ánimo surgida de una acción deshonrosa y humillante. Pero el trago es aún más amargo cuando el artífice del ridículo se enorgullece de su obra, se envanece de su insensatez, se vanagloria de su impertinencia. Ante un foro internacional, sin en el más mínimo indicio de asesoría en las formas, sin ajustes a las dimensiones e importancia de la audiencia, con pleno desconocimiento de la agenda y los propósitos de la Asamblea, instaló su “mañanera dedicada al mundo”, haciendo gala de su acostumbrada improvisación, de su incontinencia discursiva plagada de ocurrencias, de sus risibles dislates y sus abundantes despropósitos. Dar cuenta de una economía en ascenso, pujante y vigorosa, de una pandemia controlada donde la prioridad ha sido “el salvar vidas”, de un combate implacable de la corrupción y de una atención efectiva a la pobreza, emite un hedor a cinismo que resulta insoportable. Oropel narrativo que esconde la mentira, que oculta nuestra lastimosa realidad frente al mundo: El peor desplome económico de América Latina y una de las trescaídas del PIB más agudas del orbe, una posición entre los 10 países con más muertes por covid-19 a pesar del subregistro, y el primer lugar mundial en muertes por la enfermedad en personal sanitario, una corrupción rampante y tolerada en las altas esferas del gobierno y en su partido político impulsor, el mayor aumento a nivel global en los niveles de pobreza extrema, que pasarán de 11.1 a 15.9%.
Pero a la dosis de demagogia y fantasía, cabe agregar su vocación por la ignorancia. En la tribuna de la Asamblea de Naciones Unidas se espera que los países fijen su postura, hagan aportaciones y establezcan compromisos frente a los grandes problemas que enfrenta el mundo, atendiendo a la agenda del organismo fijada en el 2020 alrededor del desarrollo sustentable, el cambio climático, el abatimiento de la pobreza, la energía asequible y no contaminante, la igualdad de género, el trabajo decente, el crecimiento económico y la educación de calidad; rubros en los que por cierto, estamos reprobados.
Al margen de tales expectativas y con la apariencia infame de un juerguista trasnochado, soltó como un mal chiste su patética perorata: “Les comento que había un avión presidencial, existe todavía, pero está en venta, ya lo rifamos y todavía vamos a venderlo”, cualquier cosa que signifique este galimatías indescifrable. ¿Qué trascendencia tendrá para el mundo tal derroche de tercermundismo? ¿Será un ejemplo para los grandes mandatarios que a partir de ahora no dudarán en rifar sus flotillas presidenciales? Pero aún faltaba la cereza: traer a cuento que el odiado dictador Benito Mussolini, integrante de las potencias del eje, repudiadas por las 26 naciones que en 1942 firmaron la Declaración de Naciones Unidas, debe su nombre a nuestro benemérito de las Américas, Don Benito Juárez. ¿Con tantas cualidades presentes en los próceres de nuestra historia, que pudieran haber sido rescatadas para dar ejemplo al mundo de la grandeza de nuestra nación, tenía que echar mano de semejante ocurrencia?
Pero la vergüenza ajena es también mi esperanza, el indicio inequívoco de que un amplio sector de la población reconoce el ridículo, los zafios propósitos de un dirigente extraviado, que intenta a toda costa transformar a México en un país bananero y rezagado donde la manipulación y el mal gobierno encuentren su apoteosis.
Dr. Javier González Maciel
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