Al margen de sus convicciones ideológicas, hay un rasgo aún más radicalizado y notorio que incapacita a López Obrador para cumplir con su obligación de gobernar sin distingos para todos los mexicanos,
pues hace imposible el diálogo político, los consensos sectoriales o partidistas, el acuerdo nacional o cualquier forma de acción gubernamental concertada en la que se requiera el concurso, la opinión o la participación de todas las fuerzas sociales; tal rasgo era llamado "hybris" por los antiguos griegos y era considerado el peor de los males, la característica más odiosa y recriminable, la transgresión imperdonable que debía ser castigada a toda costa pues suponía concebirse a sí mismo por encima de su "moira", es decir de las facultades o capacidades que cada persona tenía como herencia del destino. Me refiero por supuesto a la soberbia, esa deleznable y ridícula pretensión de infalibilidad; la misma que llevó a Ícaro a la muerte tras batir sus alas confeccionadas con plumas y cera demasiado cerca del sol, la que llevó a Apolo a matar a la numerosa prole de Níobe quien se burlaba de la diosa Leto por haber tenido sólo dos hijos. La "hybris", a menudo era seguida por "áte", la ceguera y la obcecación que conducen a la fatalidad. Y es que todo aquel que incurre en "hybris", que se supone superior a los demás, que recurre al camuflaje de la sobrevaloración enfermiza de sí mismo para compensar su ajada autoestima y sus sentimientos de inferioridad, prefigura el desastre. La soberbia jamás cederá ante ninguna pretensión o argumento de la contraparte; de ahí la sordera presidencial, la descalificación a ultranza, la infravaloración de la opinión experta, el desprecio por la intelectualidad y por la ciencia. Toda decisión emanada de su capricho resulta irreductible pues, desde su desmedida altivez, no hay espacio para el error; sus medidas y disposiciones no deben explicaciones y así, ignorando la crítica o la evidencia, se ratifican sin enmiendas a contraflujo de su irracionalidad. Pero la “hybris” explica también otro elemento característico del proceder presidencial; el menosprecio sistemático por el otro, por el “adversario”, por el que asume despreciable e insignificante. De ahí su narrativa injuriosa, su compulsión a la ofensa y a la sorna.
Pero hay una consecuencia aún más funesta y preocupante; quien se encumbra a sí mismo frente a los demás, impone a ultranza sus decisiones e ideas, emprendiendo el camino sin retorno a la intolerancia y al autoritarismo. Toda opinión contraria a sus designios será despreciada y descalificada de inmediato. La "hybris" supone la exención de todo yerro; jamás rectifica ni corrige, oye sin escuchar, se regodea en sus pensamientos y considera infructuoso todo propósito que no concuerde con el suyo. Se llena la boca de “logros” y de éxitos imaginarios que se desmoronan a pedazos al paso del viento. Es prepotente, cínica y en su desmesura extrema se equipara a los dioses; de ahí el aura mesiánica de nuestro extraviado presidente, su afán inconcebible de inscribirse en la historia, de añadirse a la galería de los próceres de la patria. Pero a toda "hybris" le persigue su “áte”, la inevitable fatalidad de quien se engaña a sí mismo, de quien pretende en su pequeñez suplantar a los dioses.
Dr Javier González Maciel
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