Desvirtuar los hechos históricos en el marco del adoctrinamiento o de la manipulación, es un acto deleznable. La historia exige la mayor objetividad; una exploración del pasado sin pretensiones doctrinarias ni apriorismos ideológicos, libre de conveniencias políticas, sesgos propagandísticos
o reinterpretaciones ventajistas. Seleccionar a modo o excluir en forma consciente aquellos sucesos históricos que mejor se acoplan a pretensiones o intereses personales, corrompe el análisis histórico convirtiéndolo en un cúmulo estéril de juicios de valor. El historiador debe impedir que la ideología le ciegue, que el prejuicio o la monomanía le ofusquen. El hecho histórico es de suyo multidimensional, pues conlleva un marco temporal, un entorno geográfico y un contexto cultural específico, cuyo esclarecimiento objetivo requiere una visión amplia, receptiva y abierta. El simplismo histórico que analiza los hechos bajo una visión "en blanco y negro", crea mitos más que verdades históricas.
Las corrientes políticas de izquierda, bajo el sesgo de la percepción marxista, han condenado a ultranza la llegada de Colón a América, como una aventura colonizadora bestial, sin otra motivación que la sed de riqueza; una gesta inhumana que a través de la explotación, el saqueo y la mano de obra esclava, fortaleció el auge del capitalismo en Europa, manchado con la sangre y el dolor de los indios. La inmoralidad atribuida a la empresa colonial y a la conquista de tierras lejanas, se extendería al capitalismo mismo, presentándolo como un sistema de opresión y explotación infame. Bajo este sesgo ideológico, remembrar la llegada de Colón a América no es sino una celebración “burguesa” de la unificación del mundo y del mercado capitalista. Pero el rechazo insistente al evento histórico de la colonización, del que ha hecho gala la mal llamada cuarta transformación, y que culminó con el retiro de la estatua de Colón y las expresiones irracionales de repudio y de odio en torno al monumento de Reforma, va más allá de esta visión marxista, compartida por las banderías políticas de izquierda: Se trata en realidad de una manipulación maniquea, que sitúa a los “malvados españoles” en el polo antagónico de los “buenos indios”, recogida por una buena parte de la historiografía americana y europea, y que reduce la colonización a una sucesión interminable de hechos sanguinarios y genocidas, perpetrados por una banda de saqueadores inmorales, ávidos de oro y de poder, sin más propósito que la aniquilación, el sometimiento y el exterminio sistemático de los indios, encasillando nuestra percepción de los hechos a la llamada leyenda negra, difundida por Julián Juderías en los comienzos del siglo XX. Tal interpretación distorsionada y unidimensional de aquella realidad, encaja a la perfección con la retórica demagógica Obradorista, con la que busca situarse invariablemente como el personaje redentor y justiciero del “pueblo bueno”, afrentado y sometido por un conjunto de fuerzas malignas y antipopulares encarnadas en “el otro”, esto es, en todo el que se opone a su distorsionada concepción del mundo. La revisión de la verdad histórica en torno a la colonización, es tan sólo un absurdo pretexto; se trata de reforzar en el imaginario popular su rol de "reformista social", con la misma narrativa de despojo, abuso e injusticia, con la que ha establecido un vínculo emocional y litúrgico con las masas, en una mecánica bipolar de enfrentamiento entre el pueblo virtuoso y su amado Mesías, y las fuerzas oscuras y corrompidas de sus adversarios.
Nadie pone en tela de juicio los abusos de la colonización, pero el encuentro de los dos mundos, es algo más que una matanza despiadada; es nuestra lengua, el color de nuestra piel, la riqueza de la cultura mestiza, los edificios y monumentos que engalanan nuestra nación, la diversas de formas y colores, la interminable variedad de platillos y sabores, nuestra fisonomía y, en una palabra, nuestra identidad. Mutilar la historia, arrancar de nuestros libros las páginas incómodas es negarnos a nosotros mismos, ignorar que en las venas de nuestra nación corre otra sangre, tan orgullosa y tan mexicana como la que corría antes de la llegada de Colón a América. Cada año, los sobrevivientes de los horrores perpetrados por los nazis vuelven a aquellos campos de exterminio donde dejaron a sus padres, a sus hijos o hermanos, para entender su presente en la dimensión justa. Reducirlos a escombros o dinamitarlos, no hará que el holocausto desaparezca. La grandeza humana y personal que acompaña a cada víctima, se forjo también en medio de las barracas, entre los crueles encargados de los campos y entre el olor insoportable de los cuerpos calcinados.
Pensar Sr. Obrador que nada hay de bueno o de grandioso que debamos recordar en torno al 12 de octubre de 1492, considerando el amplio espectro consecuencial de la colonización, refleja sólo su ignorancia indómita. Retirar a Colón del monumento y reducir a escombros su sólida estatua, bajo su sesgada y estrecha visión de nuestra patria, no borrará la verdadera historia, enquistada ya, irremediablemente, en lo que ahora somos. Tampoco nos hará olvidar la verdadera infamia, la que tiene lugar en el presente: la de los niños que Usted ha condenado a morir de cáncer, la de las mujeres asesinadas día con día que sólo atina a calificar como un complot mediático, la de las masacres cotidianas que le mueven a risa, la de una pandemia manejada con descuido y soberbia, que nos sitúa como el país con mayor número de muertos en personal sanitario y con la tasa de mortalidad más alta (10.2/100,000 habitantes) en América, la de los narcotraficantes y extorsionadores que actúan impunemente sembrando de muertos el territorio nacional, la de los miles de desempleados abandonados a su suerte, la de la corrupción rampante que tolera y justifica en su propio gobierno. Esa es la verdadera infamia que deberíamos retirar de las calles.
Dr. Javier González Maciel.
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