Todo intento por descifrar los mecanismos subterráneos que impulsan el actual proceder gubernamental desde la lógica tradicional de la democracia representativa,
conduce por lo general a callejones sin salida que profundizan aún más el desconcierto y el enojo de amplios sectores de la población en torno al proceder presidencial. Si se pretende desenmarañar la nueva retórica dominante y descubrir los verdaderos móviles tras el accionar de la llamada cuarta transformación, deberemos escudriñarla desde sus entrañas. En forma similar a lo que ocurre con otros gobiernos latinoamericanos, la gestión Obradorista puede situarse en forma clara, con sus particularidades geográficas, en los llamados regímenes "neopopulistas", cuyo fantasma deambula por todo el continente. Suelen emerger en momentos de crisis ante el desencanto general de la población por los sistemas hegemónicos, el debilitamiento institucional, la acumulación partidista de poder derivada de su transferencia representativa y los abusos cometidos por diversos grupos oligárquicos. Más que un sistema o una doctrina de orden político, el neopopulismo representa en realidad una forma particular de liderazgo que, al margen de sus diferencias regionales, comparte estrategias y características comunes:
1. El líder (léase Obrador en nuestro caso), se ostenta en la arena política como el portador de una misión reformista extraordinaria, el artífice de una transformación sin precedentes que a menudo equipara con las grandes gestas heroicas de los próceres nacionales. No es así un hecho casual la denominación de sus movimientos o de sus partidos: La Revolución Bolivariana de Chávez en Venezuela, la Revolución Ciudadana de Correa en Ecuador, la Revolución Cultural y Anticolonial de Evo Morales en Bolivia, o la Cuarta Transformación y el Movimiento de Regeneración Nacional en nuestro país.
2. La narrativa presidencial se estructura siempre en torno a una premisa indefectible: La del líder como representante absoluto de la voluntad del pueblo, reducido a un ente homogéneo e indiferenciado, revestido con un aura de virtud y de bondad intrínsecas (el pueblo "bueno"), al que sitúa invariablemente en un arreglo antagónico y maniqueo como el polo opuesto de grupos políticos u oligárquicos, señalados como la fracción maligna, privilegiada y corrompida; los enemigos de la patria, los que intentan a toda costa mantener el statu quo en agravio de los pobres, el antipueblo amoral, el enemigo del bienestar que se encarna por igual en "adversarios" políticos, "élites" sociales, intelectuales, comunicadores o, finalmente, en todo aquel que no comulgue con la doctrina del "iluminado". Trasladado al terreno de la pugna moral, de la antítesis irreconciliable entre el bien y el mal, todo posicionamiento político distinto al del líder es trastocado y replanteado de inmediato como una oposición perversa al bienestar popular.
3. El líder establece siempre una conexión directa con el pueblo en un lenguaje burdo, coloquial, resentido, incendiario, impregnado de una fuerte carga emotiva con la que moviliza a las masas, centrando su foco demagógico en las reivindicaciones sociales, los reclamos de clase, las injusticias ancestrales, los agravios históricos, los rezagos culturales, o en todo aquello que potencie o magnifique el antagonismo entre el "nosotros" y "los otros", entre el binomio "pueblo-redentor" y los "responsables del agravio": es la narrativa del despojo, del abuso, del robo y la arbitrariedad, un discurso cimentado en el odio que se va enquistando en el imaginario popular, creando un vínculo cuasi litúrgico entre el "mesías" y sus seguidores, una adhesión "ciega", irreflexiva e incondicional al autoproclamado reformista social, que trasciende el plano de lo racional para situarse en la dimensión "emocional": el líder es amado y desata las pasiones (que no las reflexiones). Toda intermediación entre el pueblo y su líder debe ser eliminada, pues la participación institucional u organizativa se convierte en un obstáculo indeseable. Su sitio es el templete, la "mañanera", la plaza pública; la voluntad del líder ejercida en nombre y representación del pueblo, se encuentra por encima de la mecánica institucional, de los escenarios republicanos, de las disposiciones de la ley o los ordenamientos constitucionales. El neopopulismo no suele transitar por las vías institucionales de la democracia, toda vez que pueden oponerse a los caprichos y ocurrencias del líder equiparadas con el "mandato popular".
4. Los lideres neopopulistas suelen gozar de altos niveles de popularidad y de aprobación, debido a los vínculos identitarios entre el líder y el pueblo, al que confiere una ficticio poder participativo en la figura de la consulta o del plebiscito. Sin embargo, la participación popular es menos genuina de lo que parece; los resultados son conocidos a priori, pues el deseo del líder ha sido anunciado de antemano y se injertará invariablemente en el ideario popular como la decisión conveniente y moralmente correcta, al margen de las opiniones, las evidencias o el decir de los expertos. Así, el líder cancelará cualquier proyecto que le resulte incómodo, modificará cualquier ley que se interponga en su camino o socavará los principios de la participación democrática que dice defender. El nuevo orden legal se traslada al ámbito de lo moral; la condena del opositor se encuentra garantizada, pues procede de la opinión y del veredicto popular prejuiciados de antemano por la visión de su líder.
5. Los recursos son siempre redistribuidos bajo una lógica clientelar y electoral. Los apoyos y beneficios económicos o sociales, asimilados a la "bondad" y determinación del líder, garantizarán los apoyos necesarios para mantenerse en el poder y una lealtad popular que, rayana en el fanatismo, habrá de ser explotada en las urnas o en los actos de apoyo masivo a las decisiones presidenciales.
6. La concentración excesiva de poder en la persona del líder y el debilitamiento institucional sistemático, limita el accionar de los contrapoderes y de los organismos independientes que, infiltrados por sus leales y supeditados a la voluntad presidencial, se transforman en cajas de resonancia. El desequilibrio en las fuerzas políticas y el sometimiento popular a través de la dádiva y la compra de apoyos, crea enormes desigualdades en la contienda democrática, que garantizan su éxito en las urnas.
Los augurios no son alentadores; la concentración desmedida de poder, el maniqueísmo a ultranza, la confrontación social, el discurso de odio, el debilitamiento del marco institucional, la manipulación del juego democrático, la necesidad de perpetuar los rezagos sociales y las desigualdades de clase como el escenario imprescindible para la manipulación, la dádiva ventajosa y el chantaje político, prefiguran sin duda el rostro del fracaso.
Dr. Javier González Maciel
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